Un acto desesperado de supervivencia, pero a la inversa. Es a lo que apela la mayoría de los taxistas del Paraguay cuando tienen que afrontar la disyuntiva entre continuar o perecer. Hoy están justamente ante la necesidad de adaptarse o inexorablemente quedar obsoletos y perecer. El viejo esquema de hacer “negocio” con el transporte particular de pasajeros ha quedado perimido por fuerza de los avances tecnológicos, la maravilla de los tiempos modernos.

La tecnología hace bastante tiempo ha hecho más fácil, al menos más cómoda, la realización cotidiana y regular de actividades. Desde el ocio hasta el trabajo, pasando por los momentos de distracción, todo ha supuesto una vertiginosa alteración del quehacer humano.

Hoy toda actividad “tradicional” tiene un sucedáneo tecnológico que facilita la labor del día a día. Lo complementa o lo transforma gracias a los invaluables progresos de la ciencia. Pero como en todo avance, y como ha sucedido en distintas épocas de la historia del hombre, siempre hubo detractores o aquellos que se resisten –sea por temor a perder sus puestos por no saber aggiornarse– a acomodarse a estas transformaciones. Un ejemplo curioso del ramo periodístico sucedió en Paraguay cuando las máquinas eléctricas habían reemplazado a las máquinas de escribir convencionales y las primeras fueron suplantadas por las computadoras, no sin un atisbo de pavos de parte de los periodistas que ejercían la profesión en aquellos cambiantes años.

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Pero el problema no es que la tecnología o la ciencia den pasos agigantados todos los días, obligando a cambiar nuestra propia percepción o nuestra propia visión del mundo. El problema se presenta cuando no hay respuesta para evitar lo inevitable: la obsolescencia.

Hoy, el sistema de taxis en Paraguay es un esquema perimido. Tal como está concebido y aplicado. El esquema de paradas y los servicios concertados vía radio van quedando en desuso, de a poco aunque a un ritmo gradual. Hoy, el usuario demanda otro tipo de atenciones; el pasaje –que es el que manda en definitivas en esta ecuación–, es el que elige. Y generalmente elige lo que le conviene, lo que es más cómodo, lo agradable del viaje, y lo tiene todo al alcance de la mano: en su smartphone.

Elige lo que le conviene, no solo en precios, sino en calidad de atención. Por ese tipo de aspectos es que las plataformas virtuales, o los llamados servicios de transporte privado de pasajeros, prosperan. Porque plataformas como MUV (aplicación paraguaya) y Uber (líder mundial en su segmento) otorgan servicios de calidad que se observan hasta en los detalles más ínfimos como la educación del conductor o la higiene del automóvil solicitado.

No es un agravio señalar que aquellos taxistas que no se adaptan a estos nuevos tiempos están condenados a extinguirse.

Lamentablemente, los taxis en Paraguay han funcionado como una corporación y lo han hecho bajo sus propias reglas, no sin el amparo de políticos que encuentran en ellos una base para sus intereses personales.

Es por esta razón que se creen con el derecho de imponer en cuanto municipio se les ocurra la idea de que son intocables, a espaldas de la necesidad del usuario y cerrando toda posibilidad de libre competencia. No lo hacen y no lo harán porque saben que llevan las de perder. Salvo algunas unidades, ni remotamente un vehículo que integra el “enjambre amarillo” está en condiciones de competir con los vehículos que operan en una de estas plataformas.

Critican la falta de regulaciones, pero omiten convenientemente que las ordenanzas municipales de las distintas comunas del país fueron diseñadas y ejecutadas a merced de sus intereses. Entonces, ¿de qué igualdad ante la ley pueden hablar estos transportistas?

Un chofer de Uber o MUV tiene el mismo derecho al trabajo que un taxista convencional. Mientras cumplan con las normativas internas sobre la habilitación y licencias, además de las regulaciones impositivas, estas plataformas no pueden ser restringidas en su operatividad.

En cuanto a los taxis, es vital que se adapten a los nuevos tiempos y entren a competir realmente, ofreciendo buenos precios y servicio diferenciado, y no caigan en el impulso de actitudes patoteriles que solo lograrán que la gente se ponga en su contra.

Patotear es un acto desesperado de supervivencia. Esa no es la vía. El camino está en ajustarse a los nuevos tiempos y pensando siempre en el protagonista principal de esta historia: el cliente.

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