ANDREW ROSS SORKIN

La democracia es un asunto complicado. La democracia de los accionistas podría serlo aún más.

Durante casi medio siglo, las corporaciones estadounidenses han priorizado, casi al grado de la manía, las ganancias para sus accionistas. Esa firme devoción pasa por encima de casi cualquier otro elemento, y hace a un lado los intereses de los clientes, los empleados y las comunidades.

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Esa filosofía estaba arraigada en una idea que tiene un aire de nobleza. La democracia de los accionistas fue el nombre que se le dio a que los inversionistas se hicieran respetar en el gobierno corporativo. La idea era que los inversionistas arrebataran el control de las empresas de las manos de gerentes atrincherados, con lo cual los dueños verdaderos establecerían sus prioridades corporativas. Sin embargo, el resultado que tuvimos fue algo distinto: una época de primacía de los accionistas.

Esto podría –ojo: podría– cambiar ahora que 181 directores ejecutivos han firmado una nueva “Declaración sobre las Intenciones de las Corporaciones”, publicada por Business Roundtable. La declaración de los líderes de empresas como JP Morgan Chase, Apple, Amazon y Walmart afirma que las compañías más grandes de la nación tienen un “compromiso fundamental” con todas las partes interesadas: poner a los empleados, los proveedores y las comunidades en el pedestal que alguna vez les perteneció solo a los accionistas.

GIRO BIENVENIDO

Esta declaración de las empresas es un giro significativo que se ha recibido con los brazos abiertos. Durante años, los negocios han opuesto resistencia a las exhortaciones –incluidas las de esta columna– a reflexionar sobre su responsabilidad con la sociedad. En respuesta, las corporaciones solían desestimar los temas candentes, como la desigualdad de ingresos, el cambio climático, la violencia relacionada con las armas y otros más, por considerarlos ajenos a ellas.

Hay quienes dudarán de la sinceridad de las palabras de estos líderes empresariales, y falta responder la pregunta de si se exigirá a las empresas que rindan cuentas y quién lo hará. Sin embargo, tal vez no estemos realmente ante el inicio de una nueva era, sino más bien ante un regreso al pasado.

Durante casi 50 años –tras la publicación de un tratado académico seminal de 1932 llamado “La corporación moderna y la propiedad privada”, de Adolf A. Berle Jr. y Gardiner C. Means–, las corporaciones, en su mayoría, estuvieron bajo el control de todas las partes interesadas. Fue una época definida por el sindicalismo, los programas corporativos de pensiones, los relojes de oro como regalos de jubilación y las dádivas caritativas de las empresas, que invertían fuertemente en sus comunidades y en el tipo de investigación que prometía un crecimiento futuro.

Es un período al que se le suele nombrar –a veces con sorna– “gerencialismo”.

No obstante, para la década de 1970, en los círculos de inversionistas el gerencialismo se volvió sinónimo de ejecutivos inamovibles que dirigían negocios desmesurados más para su propio beneficio que para el de sus accionistas.

También coincidió con el ascenso de Milton Friedman, el economista de la Universidad de Chicago que pregonaba el evangelio de las ganancias como propósito y se burlaba de cualquiera que pensara que los negocios debían hacer cualquier otra cosa.

“¿Qué significa cuando dicen que los ‘negocios’ tienen responsabilidades?”, escribió Friedman en este periódico en 1970. “Los empresarios que hablan de esta manera son marionetas sin voluntad de las fuerzas intelectuales que han socavado la base de la sociedad libre durante las últimas décadas”.

COMPRADORES HOSTILES

Así comenzó el ascenso de la democracia de los accionistas, una idea que fue bien recibida por el público y los medios. Los accionistas y, a su vez, una nueva clase de inversionistas conocidos como compradores hostiles convencieron a los ejecutivos de cortar todo lo innecesario de sus presupuestos o arriesgarse a ser relevados o eliminados por medio de una votación. Aumentaron los despidos, se redujeron los presupuestos para la investigación y el desarrollo y se intercambiaron los programas de pensiones por los 401(k). Hubo una avalancha de fusiones impulsada por los “ahorros en costos” que acaparó los titulares de los periódicos mientras las ganancias se disparaban y los dividendos aumentaban.

Y henos aquí. Los estadounidenses desconfiamos de las empresas a tal grado que la misma idea del capitalismo se está debatiendo en el escenario político. El populismo se ha arraigado en ambos extremos del espectro político, tanto en el proteccionismo comercial del presidente Trump como en la supremacía de la red de seguridad social del senador Bernie Sanders.

Este es el panorama de fondo de la declaración que Business Roundtable publicó. El grupo debería recibir elogios por recobrar la conciencia –y nadie quiere criticar este progreso–, pero no cabe la menor duda de que esta iniciativa llega muy tarde.

Te lo aseguro, la democracia de los accionistas no creó este nuevo momento de iluminación. El descontento público fue el responsable. Al igual que la ira en Washington y el escrutinio regulatorio que por fin se está llevando a cabo.

IMPACTO EN LAS INVERSIONES

Los accionistas –salvo algunas excepciones– no cedieron hasta que no tuvieron más opción que percatarse de que estas fuerzas podrían tener un impacto en sus inversiones.

Y en un eco al gerencialismo, hay algunos ejecutivos corporativos que merecen el crédito por este cambio.

Larry Fink, el presidente de BlackRock, merece un reconocimiento por poner estas ideas en sus cartas anuales desde hace años, cuando algunos de los firmantes de la declaración del lunes se reían del concepto.

También se le debe dar crédito a Howard Schultz, el ex director ejecutivo de Starbucks, cuya empresa consideró a sus empleados partes interesadas desde el principio. Además, compañías como Patagonia y Ben and Jerry’s, a las cuales se les llama corporaciones B, se comprometieron desde sus inicios con los principios de la comunidad.

El inversionista Paul Tudor Jones II ha hablado de esto durante años. Al igual que Judith F. Samuelson, una directora ejecutiva del Instituto Aspen que estuvo presionando a los líderes corporativos para que aceptaran una visión de servicio a la sociedad, y quien me contó sobre una cena en la que ella y otras personas se acercaron a Jamie Dimon, director ejecutivo de JP Morgan y presidente de Business Roundtable, para cambiar la declaración de objetivos del grupo.

También participó en esto el profesor Klaus Schwab, quien fundó el Foro Económico Mundial, al redactar el Manifiesto de Davos en 1973: “El propósito de la gerencia profesional es servir a los clientes, los accionistas, los trabajadores y los empleados, así como a las sociedades, y armonizar los distintos intereses de las partes interesadas”.

ESCEPTICISMO JUSTIFICABLE

Si sospechas que la declaración de Business Roundtable provocará un cambio mínimo, quizá tu escepticismo esté justificado. Algunas de las grandes empresas no la firmaron, entre ellas Blackstone Group, General Electric y Alcoa.

Además, el Council of Institutional Investors (Consejo de Inversionistas Institucionales) –el cual representa a muchas de las mismas empresas que Business Roundtable y a muchos de los fondos de pensiones más grandes de la nación– difundió una respuesta que rechaza con énfasis las ideas descritas en la declaración.

“La responsabilidad hacia todo el mundo significa responsabilidad hacia nadie”, señaló el consejo. “El gobierno, no las empresas, es el que debe cargar con la responsabilidad de definir y atender objetivos sociales con una relación limitada o nula con el valor a largo plazo para los accionistas”.

No importa qué tanto progreso haya habido el lunes, no está nada claro que haya terminado el debate. De hecho, la lucha por la identidad corporativa apenas está comenzando.

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