Andrew Ross Sorkin

Hace unas semanas pasadas, Joseph Stiglitz estaba sentado en una mesa de su cafetería favorita del Upper West Side con una sonrisa curiosa en el rostro, casi de satisfacción. Ganó el Premio Nobel hace dos décadas por identificar las desigualdades e imperfecciones en las economías de mercado y ha pasado toda su carrera advirtiendo sobre los peligros que conlleva la concentración de la riqueza, despotricando en contra del poder de los monopolios y defendiendo la idea de tener impuestos más altos.

Por fin, parece que mucha gente está prestando atención. “Ha sido una larga batalla”, comentó. Las nuevas estrellas de la izquierda, como la representante Alexandria Ocasio-Cortez, se han comprometido con la causa, y gran parte de su impulso actual se debe a la agitación desaliñada del senador Bernie Sanders. Sería muy fácil que se oyeran los puntos políticos a los que se refiere Stiglitz –un salario mínimo más alto, una opción pública de seguro médico y más– en la boca de cualquiera de los que buscan desbancar al presidente Trump en el 2020.

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Y, sin embargo, ellos demuestran cómo las palabras que elegimos para hablar sobre nuestras prioridades económicas son casi tan importantes como las mismas prioridades.

¿DEMÓCRATAS SOCIALISTAS?

El año pasado, por primera vez en una década, una encuesta de Gallup reveló que los demócratas tenían una visión más positiva del socialismo que del capitalismo. Esas dos palabras podrían tener un papel crucial en nuestra próxima elección: algunos demócratas se han puesto la etiqueta de socialistas, una que los republicanos han atacado desde hace mucho tiempo. Además, incluso algunas de las personas que se han beneficiado más de los mercados libres al estilo estadounidense están preocupadas por su sustentabilidad, como el caso del inversionista multimillonario Ray Dalio, quien se ha atrevido a decir que “el capitalismo está roto”.

Mientras metía el tenedor en su ensalada, Stiglitz dijo que creía que los términos se habían malentendido terriblemente, al igual que las teorías económicas detrás de ellos, lo que permitió que se usaran como armas.

“Los significados de las palabras han cambiado con el tiempo”, mencionó Stiglitz, presidente del Consejo de Asesores Económicos durante la presidencia de Bill Clinton y ex economista jefe del Banco Mundial. Y las palabras se han vuelto el tema de una batalla de marcas que cruza las divisiones políticas y generacionales.

El profesor que Stiglitz lleva dentro se aventuró a dar una clase de historia que llegó hasta los inicios del siglo XX, sobre la manera en que se entrelazaron el socialismo y el comunismo. Además, argumentó que Sanders, quien se autodescribe como socialista democrático, en realidad no es socialista, al menos de acuerdo con la manera en que se ha definido esa identidad desde hace tiempo.

SOCIALISMO SIN TEMOR

La agenda de Sanders –la cual generó una buena cantidad de vítores durante un foro abierto que se realizó en Fox News esta semana– no se centra en “la propiedad de los medios de producción” o en un sistema controlado por el Estado, mencionó Stiglitz. “En realidad le preocupa el contrato social de salud y educación”, agregó.

No es ninguna sorpresa que los simpatizantes de Sanders tiendan a ser jóvenes, un grupo para el cual la palabra “socialismo” no acarrea temores de conflicto con los soviéticos o un bagaje asociado con el Muro de Berlín. “Algunas personas intentan sumar más emociones al legado histórico del socialismo, el cual nunca fue lo mismo que el comunismo, pero esas distinciones se han vuelto borrosas en Estados Unidos”, afirmó Stiglitz.

Los ataques de la derecha no han sido nada sutiles. Apenas este mes, Trump declaró: “Iremos a la guerra contra algunos socialistas”. Y los republicanos han sugerido que la economía atribulada de Venezuela es el resultado inevitable de cualquier movimiento en las direcciones políticas que busca la izquierda. La palabra deja un mal sabor de boca incluso en muchas personas de la izquierda, entre ellas Nancy Pelosi, la presidenta de la Cámara de Representantes, quien vivió los momentos más álgidos de la Guerra Fría. “Rechazo el socialismo como sistema económico”, comentó la semana pasada en “60 Minutes”. “Si la gente piensa así, es su punto de vista. No es el punto de vista del Partido Demócrata”.

De acuerdo con Stiglitz, en Europa, políticos con ideas similares podrían ser llamados socialdemócratas, de manera correcta. Un simple cambio en el orden de las palabras enfatiza lo “social” en vez de lo “socialista”.

Todo se reduce a la semántica, comentó Stiglitz, quien tuvo la percepción en mente al momento de titular su nuevo libro, “People, Power and Profits: Progressive Capitalism for an Age of Discontent” (Gente, poder e ingresos: el capitalismo progresista para una era de descontento). En su texto, describe un plan que llama “contrato social” para mejorar los trabajos, la salud, la educación, la vivienda y el retiro. De hecho, no sorprendería que se convirtiera en la plataforma económica de algún candidato presidencial.

Stiglitz propone usar una combinación de fuerzas del mercado e incentivos del gobierno –por ejemplo, un salario mínimo más alto y una deducción expandida al impuesto sobre la renta– para ayudar a los más pobres de nosotros. También apoya una “opción pública” para mejorar la competencia en el sector privado en áreas como la atención médica e incluso en los ahorros para el retiro.

Esto no quiere decir que considere al gobierno como una panacea. Por ejemplo, quiere que se privatice la industria de las hipotecas. “En una economía del sector privado, es raro que este pedazo enorme de la economía no esté a cargo de ese sector”, comentó. De cualquier modo, en este caso también recomienda una opción pública para que el gobierno pueda respaldar el mercado hipotecario en ciertos casos.

EVOLUCIÓN DE CONCEPTOS

Stiglitz mencionó que había elegido el término “capitalismo progresista” para el título de su libro porque le preocupaba detonar una reacción visceral ante la palabra “socialismo”.

“Intento evitar algunas de las emociones que siguen vinculadas con la palabra”, explicó. “En mi título, intento utilizar ‘capitalismo progresista’ para decir que creo en una economía de mercado, pero también en la regulación gubernamental”.

Aunque figuras populares de la izquierda han recibido con brazos abiertos la etiqueta de socialistas –Ocasio-Cortez es miembro de los Socialistas Democráticos de Estados Unidos–, otros, como Stiglitz, han buscado enfatizar sus puntos de vista capitalistas. Pete Buttigieg, el alcalde de South Bend, Indiana, quien esta semana anunció de manera formal su candidatura a la presidencia, se llama a sí mismo un defensor del “capitalismo democrático”.

Si el significado en evolución de la palabra socialismo te parece un intento creativo de renovar su imagen, Stiglitz cree que la idea conservadora de que el capitalismo estadounidense es un sistema de libre mercado sin restricciones es un mito.

“No hay ningún capitalismo darwiniano”, opinó. “Todo el mundo dirá que se necesita algún tipo de regulación de los bancos. Es decir, nadie está hablando de una banca totalmente permisiva”.

Incluso la palabra “capitalista” ha evolucionado, aseguró Stiglitz. La palabra “capitalista” dejó de tener una connotación negativa apenas a finales del siglo XX con la influencia del economista Milton Friedman, arguyó Stiglitz, y agregó que alguna vez se usó de “manera peyorativa”.

Los capitalistas eran “las personas que explotaban a los trabajadores”, explicó.

Esa es una opinión, claro está. Además, en la actualidad tampoco es difícil escucharla en algunos círculos.

La lengua cambia y, aunque puede ser práctico el uso de claves lingüísticas, es importante recordar que detrás de las palabras hay ideas… las cosas sobre las que tendríamos que estar hablando.

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