ANDREW ROSS SORKIN

El día que Lehman Brothers solicitó protección por bancarrota –el 25 de septiembre del 2008–, el salón Grill Room estaba prácticamente vacío. Julian Niccolini, el “maître d’hôtel” y copropietario del restaurante del Four Seasons, recibía llamadas sin parar. Estas provenían de asistentes de ejecutivos de Wall Street que cancelaban las reservaciones de los llamados “amos del universo”, quienes de pronto se habían convertido en los “amos de nada”.

Se acumularon las cancelaciones, y quienes mantuvieron sus reservaciones moderaron su gasto. “Mucho té helado y muy pocas ventas de vino”, comentó Niccolini.

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La bancarrota de Lehman, la más grande en la historia del país, marcó el fin de una era y puso al mundo financiero al borde del desastre.

“Todo el mundo pensó que nunca iba a acabar, y bebían el vino más caro del menú”, mencionó Niccolini. “Entonces llegó ese día, y fue como si se acabara el mundo”.

Si hay una persona con una perspectiva singular y franca de los giros culturales en Wall Street desde la crisis, esa es Niccolini. Es un restaurador de los titanes de las finanzas y un anecdotista cuya propia conducta lasciva –un caso de abuso sexual que culminó en una confesión de un delito menor– lo convierte en algo parecido a una ventana manchada hacia un mundo por lo demás opaco.

Niccolini ha servido almuerzos para la élite de Wall Street desde 1997 y puede describir de memoria los números de las mesas que ocupaban directores ejecutivos como Jamie Dimon de JP Morgan Chase y Stephen Schwarzman de Blackstone, y las bebidas favoritas de Peter Peterson, el cofundador de Blackstone junto con Schwarzman, y quien había sido el secretario de Comercio del presidente Richard M. Nixon.

“Dios mío, Bruce Wasserstein”, comentó Niccolini, para invocar al difunto banquero de inversiones, quien fue un pionero en el arte de las adquisiciones hostiles. “Cada vez que no tenía la mesa adecuada, me llamaba su asistente, Dios mío, para decirme que me mataría a tiros”.

Durante los últimos diez años, se ha derramado mucha tinta para cuestionar si el “ethos” fundamental de Wall Street ha cambiado. ¿La experiencia cercana a la muerte o las regulaciones que le siguieron cambiaron la esencia de las almas de los niveles más altos de Wall Street?

A muchas personas en Wall Street les gusta decir que así fue. Se han aprendido lecciones, aseguran.

No obstante, durante décadas, Niccolini ha podido observar el “millonarismo” desde un lado de las mesas, y sabe lo que ha visto.

Después de la crisis, por un sentimiento de culpa o por preocupación de enviar un mensaje equivocado, hubo intentos de frugalidad. “La gente comenzó a fijarse en qué gastaba”, comentó. Y nadie quería ser llamativo: “Hubo muchos menos eventos”.

Sin embargo, esa frugalidad se evaporó en cuestión de meses. “Todo volvió a la normalidad, porque esa gente tiene dinero”, mencionó Niccolini. “No olvides esa parte. Tienen dinero. Quieren gastar dinero”.

Para finales del 2009, regresaron los bonos a Wall Street –los pagos de bonos de Goldman Sachs llegaron a los 16.700 millones de dólares, el nivel más alto en su historia– y los actores poderosos del mundo de las finanzas volvieron al Four Seasons.

En el 2010, mientras observaba atentamente a su alrededor en el Grill Room, Oliver Stone, el director de cine, me comentó con un sentido de regodeo: “¿Sabes? La mitad de las personas en este lugar podrían ser acusadas de un crimen”. Fue justo antes de la premier de “Wall Street: Money Never Sleeps”, en la cual volvió a revisar el universo de Gordon Gekko y un “Wall Street” poscrisis.

Incluso las personas que mantuvieron un perfil bajo por la crisis, como Dick Fuld, el último director ejecutivo de Lehman Brothers, encontraron refugio en el Four Seasons. “Solía venir de vez en cuando”, recordó Niccolini. “No se le trataba distinto que al resto de las personas”.

Por supuesto que ha habido cambios duraderos. No obstante, para Niccolini, el único destacable refleja un cambio en las actitudes sociales más que en los ideales de la industria.

“Algunos de ellos, como Lewis Glucksman de Lehman Brothers, cada vez que venían al Four Seasons… sí, claro que él se tomaba tres martinis de almuerzo”, comentó Niccolini en referencia al difunto director ejecutivo de Lehman en la década de 1980, quien ayudó a preparar a Fuld. “No había nada de malo en eso, ¿sabes? Porque esa gente tenía otro tipo de constitución física. En verdad podían beber tres martinis de almuerzo y volver a trabajar”.

Las únicas personas que no bebían eran Peterson y Schwarzman, señaló Niccolini. “Pero Sandy Weill”, dijo, refiriéndose al ex director de Citigroup, “él vaya que disfrutaba su cóctel”.

Niccolini es menos optimista sobre el cambio a usar una vestimenta más casual: “Sigo esperando que Dan Loeb llegue con unos zapatos deportivos”, dijo con una risa espontánea, en referencia al administrador activista de fondos de cobertura. “No, por supuesto que no. Sigue siendo Park Avenue, aunque usted no lo crea”.

Ya fuera tomando unos tragos o comiendo pato, parte de lo que había importado durante mucho tiempo del Four Seasons era estar ahí.

“Era importante ser visto, llevar a cabo negociaciones en privado, pero a la vista de otros”, escribió Paul Freedman en su libro del 2016, “Ten Restaurants That Changed America”. El Four Seasons, con sus techos de catedral, permitía que los clientes “vieran a sus vecinos, escucharan sus propias conversaciones confidenciales sin ninguna dificultad, y no fueran escuchados… todo en un ambiente tranquilo y lujoso”, escribió Freedman.

El libro de Freedman discute el Four Seasons en tiempo pasado. Cerró ese año y perdió su lugar en el Edificio Seagram de Park Avenue, pero planeaba mudarse a unas pocas calles de distancia. Tan solo unos meses antes, Niccolini se declaró culpable de una agresión menor. La condena provino de un alegato según el cual había abusado sexualmente de una mujer el año anterior durante una fiesta que tuvo lugar en el restaurante. Niccolini también fue el objeto de una demanda por acoso sexual que presentó una ex mesera y que se resolvió en 1992, aunque los detalles no se hicieron públicos.

“Ya lo superé”, comentó. “Es algo del pasado”.

Ahora, el Four Seasons ha regresado: reabrió sus puertas hace apenas unas semanas. El pasado no ha afectado al negocio, aseveró Niccolini; su restaurante ya está atrayendo de nuevo a los magnates.

Así que los amos del universo –o más bien sus asistentes– están programando sus reservaciones de nueva cuenta.

“Todo el mundo quiere escoger su propia mesa”, comentó Niccolini, enlistando los nombres de las luminarias de Wall Street que habían visitado el restaurante para reclamar un lugar antes de su inauguración.

“¿Sabes qué significa? Están diciendo: ‘Tengo más dinero que tú. Tengo más poder que tú. Tengo el control’”, declaró.

“Lo importante es el dinero. Es el poder”, continuó. “Eso no ha cambiado. De hecho, ha empeorado bastante”.

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