POR ANDREW ROSS SORKIN

Esta semana es el décimo aniversario del punto de inflexión de la crisis financiera: el colapso de Lehman Brothers, la bancarrota más grande de la historia. Algunos sienten como si hubiera pasado hace mucho tiempo.

Sin embargo, sus efectos siguen resonando en la manera en que vivimos actualmente: en las actitudes que permean nuestra economía, nuestra cultura y nuestra política. No es una exageración sugerir que la elección del presidente Trump fue un resultado directo de la crisis financiera.

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La crisis fue un momento que partió en dos a Estados Unidos. Rompió el contrato social entre los plutócratas y el resto de la población. También rompió un sentido de confianza no solo en las instituciones financieras y el gobierno que las supervisaba, sino en la misma idea de los expertos y la experiencia. Los últimos diez años han sido testigos de una sublevación abierta en contra de la intelectualidad.

La desconfianza generó nuevos movimientos políticos: el Tea Party para quienes no confían en el gobierno y Occupy Wall Street para los que no confían en las grandes empresas. Estos provocaron un distanciamiento entre los demócratas y los republicanos en aspectos fundamentales, y las actitudes populistas en ambos extremos del espectro encontraron figuras señeras en la contienda presidencial del 2016 en el senador Bernie Sanders y Donald J. Trump.

La profundidad de la desesperanza financiera durante la Gran Recesión y una recuperación invariablemente lenta han desatado un sentido de amargura que domina el paisaje político y que culminó con la victoria electoral de Trump.

“Cuando la vida nos favorece, es cuando casi nos matamos unos a otros”, mencionó Ray Dalio, fundador de Bridgewater Associates, el fondo de cobertura más grande del mundo con cerca de 150.000 millones de dólares en activos, y autor del nuevo libro “A Template for Understanding Big Debt Crises”, un estudio exhaustivo de los pánicos financieros y las políticas que los crearon y los rescataron.

Las crisis más profundas, señala Dalio, siempre llevan al populismo. Además, no debería sorprendernos que una crisis genere conflicto y, en algunos casos extremos, guerras. “Me preocupa el surgimiento del populismo, porque los populistas tienden a querer pelear con otros en vez de encontrar maneras de resolver los problemas”, explicó Dalio. Los populistas en cualquier lado del espectro político “tienen en común que son beligerantes”, comentó.

Cuando escribí “Too Big to Fail” hace casi una década, sabía que la crisis iba a redefinir Wall Street y la economía, pero no me percaté de qué tanto iba a redefinir la esencia del entorno político.

Amir Sufi, profesor de economía y políticas públicas de la Escuela de Negocios Booth de la Universidad de Chicago y coautor de “House of Debt”, señaló que la crisis financiera era la fuente de la reducción de la civilidad unos meses después de la victoria de Trump. Sufi llevó a cabo un análisis de 60 países junto con el otro autor de “House of Debt”, Atif Mian de la Universidad de Princeton, y Francesco Trebbi de la Universidad de Columbia Británica. Los académicos encontraron que ese tipo de respuesta era “común y predecible”, escribió Sufi.

“Nuestra conclusión: las crisis financieras tienden a radicalizar a los votantes”, escribió Sufi. “Después de una crisis bancaria, monetaria o de deuda, nuestros datos indican que la cantidad de centristas y moderados en un país se reduce, mientras que la cantidad de radicales de izquierda y de derecha aumenta en la mayoría de los casos”.

En Estados Unidos, la crisis expuso una economía que había sido una farsa y que la mayor parte de los estadounidenses no entendía ni apreciaba. El uso de la deuda había ocultado los verdaderos problemas debajo de la superficie: una disminución significativa de la participación laboral, la automatización que eliminaba empleos y un crecimiento salarial estancado.

Estos problemas ya existían mucho antes de la crisis. Sin embargo, en las famosas palabras de Warren Buffett: “Solo sabes quién está nadando desnudo cuando baja la marea”.

Si somos sinceros, en la actualidad nuestra economía está en mucho mejor forma de lo que se podría esperar, con un desempleo del 3,9%, una cifra menor a la que había antes de la crisis.

No obstante, persisten los debates sobre la manera en que el gobierno –primero el del presidente George W. Bush y después el del presidente Barack Obama– eligió responder a la crisis. ¿Debió haber hecho más por beneficiar de manera directa a los propietarios de inmuebles? ¿Debió haber exigido términos más onerosos a los bancos y banqueros por los miles de millones de dólares en préstamos, como restringir las indemnizaciones y despedir ejecutivos para demostrar que les hacía rendir cuentas? ¿Se debió haber enviado a la cárcel a algunos?

Para algunos, es tentador pensar que el gobierno debió haber abordado la situación con un enfoque más populista. Se cree que, si hubiera ofrecido más ayuda a la gente de forma directa en vez de hacer lo que se percibió como un rescate de los bancos, probablemente las divisiones habrían sido menores y Estados Unidos habría acabado más unido.

Sin embargo, ¿sí habría sucedido eso?

En el Reino Unido, el gobierno hizo todas esas cosas populares en términos políticos: restringió el pago a los banqueros, despidió a ejecutivos, prestó dinero a los bancos en términos onerosos, restringió el gasto.

No funcionó. La economía británica creció con mucha más lentitud que la de EEUU. Además, el resentimiento y el rencor generados fueron mucho peores que los experimentados por los estadounidenses, lo cual provocó una manifestación aún más drástica de populismo: el voto impensable para abandonar la Unión Europea.

No es popular decirlo, pero queda claro que la crisis financiera fue tan profunda y dolorosa que, sin importar cuáles hubieran sido las posturas populistas tomadas por los encargados de formular políticas, los sentimientos positivos habrían sido breves.

En su libro “Stress Test”, Timothy F. Geithner, el secretario del Tesoro durante el gobierno de Obama, relató una conversación que tuvo con el presidente Bill Clinton cuando estaba considerando una estrategia más populista. Clinton le dijo lo siguiente: “Podrías llevar a Lloyd Blankfein a un callejón oscuro y cortarle la garganta, y los satisfarías unos dos días. Después volvería a surgir la sed de sangre”.

No ayuda que la medicina económica empleada por las personas encargadas de formular políticas después de una crisis exacerbe esos sentimientos de furia. La solución más eficiente –reducir las tasas de interés– sirve a los ricos porque terminan con hipotecas más baratas y disfrutan de los beneficios que las tasas bajas brindan al crecimiento corporativo. Por otro lado, la gente en la parte más baja de la escala económica obtiene pocos intereses de sus ahorros. Se amplía la brecha entre los que tienen y los que no tienen.

Sin embargo, esa estrategia en verdad funciona, ya que arrastra a todos con ella, a pesar de que es desigual y algunos se benefician más que otros.

La pregunta que más me suelen hacer es la siguiente: “¿Tendremos otra crisis?”. La respuesta, sin lugar a duda, es afirmativa. Sin embargo, no me preocupa que pueda haber una crisis de Wall Street similar a la del 2008. Lo que me inquieta es que pueda ser algo mucho más grande.

Cuando escribí “Too Big to Fail”, usé esa frase (demasiado grande como para caer) solo en el contexto de las instituciones financieras. En la actualidad, se utiliza para referirse a ciudades, municipalidades, estados y países. Si se observa el aumento en la deuda, ese es el lugar donde hay que poner atención.

La deuda incontrolable es el fósforo que enciende el fuego en todas las crisis. Se pueden tener todos los villanos que se deseen en el escenario –banqueros codiciosos, reguladores ineptos, agencias de calificación crediticia en conflicto–, pero, a menos que haya un apalancamiento significativo en el sistema, hay poco riesgo de una crisis. La deuda nacional es superior a los 21 billones de dólares y se añadió un billón de dólares más en los primeros seis meses del gobierno de Trump, quien llevó el sentimiento populista y antisistema a la Casa Blanca, pero cuyas políticas han favorecido en gran medida a los ricos.

Esa tampoco es la única causa para estar preocupados. Si la historia nos dice que las divisiones políticas que hemos visto desde la crisis financiera eran predecibles, entonces ¿qué nos puede decir sobre lo que se aproxima?

Dalio mencionó que el enfriamiento de las relaciones internacionales que se dio después de la Gran Depresión era un ejemplo preocupante de las divisiones que se pueden ensanchar cuando el populismo promueve el proteccionismo. “Comenzamos a tener aranceles económicos y empezamos con dimes y diretes en esos asuntos”, comentó.

Hizo una pausa por un momento, para señalar que no quería contemplar la manifestación posterior. No obstante, continuó: “Lo cual, diez años más tarde, derivó en Pearl Harbor”.

Por supuesto, hay muchos pasos entre el populismo y la guerra. Sin embargo, Dalio dijo que veía similitudes entre el ambiente en el mundo antes de la Segunda Guerra Mundial y el que ve en estos días.

Esa razón basta para nunca olvidar esta crisis y sus lecciones.

(Andrew Ross Sorkin es columnista de The New York Times y autor de “Too Big to Fail: How Wall Street and Washington Fought to Save the Financial System - and Themselves”, que acaba de volver a lanzarse con un nuevo epílogo para conmemorar el décimo aniversario de la crisis).

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