• POR JONATHAN A. KNEE

Uno de los pocos temas en los que parece coincidir la población cada vez más polarizada de Estados Unidos es la virtud relativa de los pequeños negocios. No importa si eres un populista del Medio Oeste que se lamenta por el declive de la granja familiar, un realista de la Costa Este que se enfoca en el papel que tienen las firmas pequeñas en la creación de empleos, un empresario de Silicon Valley que sueña con alterar el "statu quo" o tan solo estás amargado porque tu restaurante local favorito ahora es un Olive Garden, todos, al parecer, tienen una razón para acoger los negocios pequeños. En la opinión de Robert D. Atkinson y Michael Lind, los autores de "Big Is Beautiful: Debunking the Myth of Small Business", la predisposición que tiene Estados Unidos desde la década de 1970 a favorecer al más débil no solo está equivocada, sino que tiene un efecto que perjudica de una manera profunda nuestra economía y sociedad.

La evidencia empírica que reunieron Atkinson y Lind es impresionante, en contraste con el "culto al negocio pequeño en Estados Unidos". Los autores concluyen que "en casi cualquier indicador significativo, entre ellos los salarios, la productividad, la protección ambiental, las exportaciones, la innovación, la diversidad de empleos y el cumplimiento tributario, las grandes firmas como conjunto superan de manera importante a las pequeñas firmas".

Hasta la creencia popular de que "los negocios pequeños son el motor del crecimiento laboral en nuestra economía" está bajo asedio. "Big Is Beautiful" señala que el "origen del mito de la creación de empleos gracias a los negocios pequeños" se debe a la investigación deficiente que se ha realizado con base en la creación de empleos "bruta" en vez de "neta". Debido a que la gran mayoría de los negocios pequeños fracasa, tomar en cuenta la pérdida de empleos resultante revela una modesta contribución a la creación total de empleos. En particular, hay un impactante artículo citado que menciona que "se necesitan 43 empresas emergentes para que al final haya una sola, la cual en diez años no empleará a nadie más que al fundador". El promedio de empleados que contrató la empresa emergente que sobrevivió: tan solo nueve.

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La actitud escéptica hacia la superioridad inherente de las firmas pequeñas ante las grandes se basa en el hecho de que la parte que ocupan en el empleo total suele subir solo cuando la economía es débil y no cuando es fuerte. Esto no sugiere que las firmas pequeñas sean el motor del crecimiento laboral, sino que la gente que busca trabajo está dispuesta a aceptar sus salarios, beneficios y su diversidad –los cuales son sistemáticamente más bajos– solo cuando se ve en la necesidad durante las épocas de alto desempleo.

El consenso nacional a favor de las pequeñas empresas se refleja en una variedad abrumadora de leyes locales y nacionales que brindan beneficios afirmativos o exenciones valiosas. Los dos autores son analistas políticos empedernidos que han pasado la mayor parte de sus carreras en una serie de centros académicos públicos y privados, y dedican la mitad del libro a la discusión sobre la historia de estas reglas y la justificación de las alternativas para el enfoque regulatorio actual sobre las leyes antimonopólicas, los impuestos y decenas de otros temas.

Sin importar la validez de las políticas que proponen, la información que sintetizaron Atkinson y Lind sí plantea un cuestionamiento sobre la sensatez de las actitudes dominantes respecto de los negocios pequeños en comparación con los grandes, no solo en el aspecto legal sino en el social. Una mirada a las tendencias recientes de los lugares donde trabajan los graduados de los mejores programas de Maestría en Administración de Empresas refleja esta antipatía creciente acerca de las grandes firmas.

Hasta hace poco, más del 60% de los graduados de los programas de Maestría en Administración de Empresas buscaban trabajos en la banca de inversión o en las empresas de consultoría gerencial. En ningún lugar ha sido más grave el rechazo a estas industrias por parte de esas maestrías que en mi "alma mater", la Escuela de Negocios de Stanford, donde tan solo uno por ciento de la generación recién graduada ingresó en la banca de inversión.

Como Stanford se encuentra en el corazón de Silicon Valley, tampoco debería sorprender ni ser preocupante que, en la actualidad, la cantidad de graduados que decide comenzar su propia empresa sea casi la misma que la que ingresa a las consultorías (20%).

Sin embargo, la preferencia por los negocios pequeños se extiende mucho más allá de Stanford. En un simposio reciente de las principales escuelas de negocios que tuvo lugar en la Escuela de Negocios de Columbia, el decano de la Escuela de Negocios de Harvard reveló que el 60% de sus graduados elige trabajar en empresas que no tengan más que unos pocos cientos de empleados. Al parecer, las mismas escuelas de negocios fomentan este giro en la preferencia hacia las empresas más pequeñas. En la misma conferencia, el decano de Wharton sugirió una forma de "acción afirmativa" para apoyar a las iniciativas de reclutamiento de empresas pequeñas.

Si Atkinson y Lind tuvieran razón en que los grandes negocios son el principal motor de la productividad y al mismo tiempo mantuvieran un mejor récord en temas sociales, valdría un poco la pena hacer una pausa antes de regocijarnos por el rechazo a las corporaciones grandes que demuestran los egresados de los programas más prometedores de Maestría en Administración de Empresas. Como lo avalan los escándalos recientes de Facebook, en buena medida, las mismas grandes corporaciones son culpables de la creciente antipatía que se les tiene. Sin embargo, aunque se han ganado parte de ese desprecio, "Big is Beautiful" logra resaltar por qué nos conviene encontrar colectivamente formas de ayudar a las corporaciones más grandes para que recuperen nuestra confianza, y para atraer a más de nuestros mejores graduados.

(Jonathan A. Knee es profesor de Prácticas Profesionales en la Escuela de Negocios de Columbia y asesor sénior en Evercore. Su más reciente libro es "Class Clowns: How the Smartest Investors Lost Billions in Education").

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