• Por Aníbal Saucedo Rodas
  • Periodista, docente y político

Una estrategia electoral en la cual el candidato del poder cuestione violentamente a un sector de ese mismo poder solo puede ser pensada por quienes creen que todavía vivimos colgados de los árboles y que nuestro único rubro de producción y consumo es la banana. “Expertos” extranjeros nos miran, y probablemente algunos compatriotas seudointelectuales, como una república bananera. En cuanto a la noble fruta, por cierto, aporta energía a los deportistas, protege el corazón, reduce la fatiga, previene la anemia y estimula el sistema nervioso, pero no contribuye a elevar el cociente intelectual. Al menos hasta donde leí sobre sus propiedades específicas.

Quienes menosprecian nuestro desarrollo cultural y capacidad de discernimiento pretenden presentarnos un paquete político en el que puede convivir el ser y el no ser al mismo tiempo. Un personaje bifronte. Con doble rostro, como el mitológico Jano. Cuyos discursos varían de acuerdo al escenario y el auditorio. Que quiere dar continuidad a una gestión a la que, por conveniencia propagandística, también critica. O simula hacerlo para ganarse el aplauso fácil. Por ejemplo, el precandidato a la Presidencia de la República por el movimiento oficialista, Arnoldo Wiens, con el fanatismo de los recién conversos, en las últimas semanas arremetió como camión sin freno contra nuestro precario y deficiente sistema de salud pública. Y hasta parecía indignado. Lo que contrasta frontalmente con los versos del presidente de la República, Mario Abdo Benítez, quien aprovecha cada ceremonia oficial para pavonearse de que su gobierno, como ningún otro antes, fue el que más invirtió en ese sector. Replicado hasta el hartazgo por la lengua zalamera del director de Yacyretá, Nicanor Duarte Frutos.

La verdad es como el arrepentimiento. El momento de su revelación y asimilación sincera siempre será oportuno. Lo peor es morir en la ignorancia y en el pecado o el error. Como el buen ladrón que estaba crucificado junto a Jesús. Minutos antes de expirar encontró la salvación. Como cristianos –quienes los somos, al menos– estamos obligados a concederle el beneficio de la duda al señor Arnoldo Wiens. Puede que, agobiado por el duro trabajo de administrar el Ministerio de Obras Públicas y Comunicaciones (MOPC), haya perdido la perspectiva de conjunto.

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Que, en su obsesivo afán de superar récords históricos en el asfaltado de rutas, no pudo percibir las irritantes filas de los asegurados tratando de conseguir turno para la atención médica en el Instituto de Previsión Social (IPS) y los centros hospitalarios más complejos dependientes del Estado. Que, cuando, por fin, logran consultar, receta en manos, descubren que las farmacias están vacías. Tampoco funcionan los equipos para diagnósticos. Y que los laboratorios que están en condiciones no cuentan con reactivos. Absorbido por sus funciones, probablemente, no leyó ni escuchó, y tampoco le contaron, sobre las muertes provocadas por el covid-19, sobre todo durante los picos máximos alcanzados en el 2021. Según los últimos reportes, la cifra quedó en 19.583 fallecidos.

Cualquier persona, con un mínimo de sensibilidad, sentiría justificada indignación por el vía crucis que padecen miles de compatriotas buscando alivio a sus dolencias físicas. Principalmente, aquellos diagnosticados con enfermedades oncológicas, librados a su suerte y a sus dolores. Sin respuestas que pudieran animarle un poco de esperanza. Las burbujas del poder, no pocas veces, impiden ver la realidad. O el círculo de serviles que solo desgranan palabras agradables al oído de los gobernantes. O la soberbia que impide aceptarla, aunque la tenga enfrente. Nos referimos a la realidad. Y un político que quiere ganar elecciones está obligado a demostrar sensibilidad. Le está permitido encolerizarse ante tantas injusticias. Aunque hasta hace poco haya sido una pieza clave en ese engranaje que tritura las expectativas de la gente. Porque, como ya dije, para la verdad y el arrepentimiento nunca será muy tarde.

Ahora viene la gran apuesta. Hasta cuándo va a tolerar el presidente de la República, aunque sea una simple mascarada electoral, que uno de sus buques emblemas, el ministro (ahora ex) de los supuestos “récords” siga embistiendo contra esa otra pata “de oro” que es la jactancia de su gobierno: la salud pública. Porque el señor Abdo Benítez ya ha evidenciado desde el inicio de su mandato que aceptar las críticas no es, precisamente, su punto fuerte. No entiende, y no le culpo, que la democracia es fundamentalmente un régimen de opinión. Molesto por las últimas publicaciones, definió a este diario en el cual escribo como “pocilga mediática”. Solo se me ocurre, como réplica, una anécdota atribuida a don Jacinto Benavente. Cuando este extraordinario dramaturgo español queda cara a cara con uno de sus más intransigentes detractores, en una vereda donde solo uno podía cruzar, nuestro autor recibe una estocada con pretensiones descalificadoras: “Yo no cedo el paso a los canallas” (algunos insisten en que el adjetivo fue “maricones”). A lo que don Jacinto, bajándose de la acera, le respondió: “Yo, sí”. Con ese mismo espíritu, le digo al Presidente: “Adelante. Pase usted, zambúllase a gusto y placer en el estercolero que es su hábitat natural”. Y, más que nada, “disfrute del menú”. Buen provecho.

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