• Por Patricio Fiorito
  • Socio del Club de Ejecutivos.

Llevamos más de un año en pande­mia y las consecuencias no dejan de hacer mella en la salud, la eco­nomía, la educación y en muchos otros aspectos que han marcado un antes y un después respecto al inicio del 2020 en todo el mundo. Las vacunas contra el covid-19 emergieron como la gran esperanza para que podamos retomar parte de nuestras actividades sin que los servicios sanita­rios se saturen.

Esta carrera ha implicado un juego geopo­lítico donde las naciones más poderosas avanzaron a pasos agigantados y los paí­ses más pobres quedaron rezagados. Ello, a pesar de los esfuerzos de organismos internacionales, como el de la ONU, de crear un mecanismo global que garantice el acceso de todos a estos biológicos. Según un reporte reciente del New York Times, el 83 por ciento de las vacunas se repartieron en países ricos y de ingresos medio-altos, mientras que apenas el 0,3 por ciento fue­ron usadas en los países más pobres. Algu­nas naciones ni siquiera han puesto las pri­meras dosis.

En Paraguay estamos viendo un peregrinar de compatriotas de ingresos medio-altos y altos a Estados Unidos –principalmente a Miami– a vacunarse. Pero la mayor parte se ha quedado aquí a la espera de que el plan de vacunación, que se inició a comienzos de año, pueda avanzar con más celeridad para reducir el número de casos graves y fallecimientos. Estados Unidos anunció recientemente que pretende donar millo­nes de dosis y esa fue una noticia que nos llenó de esperanza. Pero creo que todo esto que hoy estamos viviendo nos tiene que ser­vir para exigir a nuestras autoridades que se pongan a la altura de las circunstancias.

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Tenemos poco más de 500.000 vacunados y estamos casi sin dosis. Y somos uno de los peores países de la región en el ritmo de vacunación. ¿Por qué países mucho más pequeños que nosotros han podido inocu­lar a más del 30 por ciento de su población? Mientras aquí seguimos rezando por saber cuándo nos tocará. Nuestros líderes tienen que entender que las explicaciones, en un mundo globalizado en el que todos tene­mos acceso a la información, llegan prác­ticamente solas. Todos sabemos con más o menos detalles cómo lo hicieron nuestros vecinos y cómo lo hicimos nosotros. Nece­sitamos que nuestros gobernantes espabi­len y sigan reclamando en todos los foros posibles el acceso equitativo a las vacunas.

Y sigan reclamando a nuestros aliados la debida solidaridad. Y sigan negociando con esmero con las farmacéuticas, para que las personas ya no tengan que ir a Miami a buscar lo que el Estado no les da. En fin, para que frenemos esta ola de contagios y muertes. Y para que todos podamos sentir­nos orgullosos de ser paraguayos.

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