• Por Carlos Mariano Nin

El coronavirus solo nos recordó lo lejos que estamos de una salud pública gratuita y universal. Cuando vos o un pariente caen enfermos, todo va a los tumbos desde que decidís ir al médico.

Tenés que llegar por tu cuenta al hospital, la ausencia de ambulancias se da en todos los centros de atención. No importa lo mal que estés ni cómo te sientas.

Ni bien llegues, vas a esperar que un médico esté disponible para atenderte, una enfermera (si se compadece de vos) te va a poner un calmante para soportar el dolor (claro, esto si no hay pandemia, porque si la hay vas a sentarte a unos tres metros y desde allí vas a tener que relatar los síntomas que tenés).

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Si es en IPS y es urgente, vas a tener que buscar una silla de ruedas o sentarte en el piso a esperar (hay gente que pasa horas así). Si realmente te ven mal, te van a poner en una camilla en el pasillo a la espera que se desocupe una cama. Pueden pasar interminables días.

Ahí ya es para desesperarse. Sí o sí te va a faltar dinero para hacer frente a tu estado de salud o para la gente que deberá quedarse a cuidarte. A estas alturas, lo que comenzó siendo un dolor físico ya es emocional. Vas a ver gente ensangrentada y a otras personas muriendo a tu alrededor. Pero bueno, lo vas a soportar porque no hay otra, lo único que esperás es no ser el próximo a quien tapen con una sábana.

Parece de ficción, pero no lo es. Es la odisea que pasan miles de personas cada día y es solo el comienzo.

Te vas a encontrar con que en la farmacia del hospital no hay medicamentos y que te piden que compres “porque tu paciente no puede esperar”. A nadie le importa si tenés o no dinero. No importa, en la farmacia de en frente vas a poder fiar, pero solo para aguantar lo que se viene después.

El saldo del teléfono se va a sumar a la impotencia y la preocupación a estas alturas le pone más tristeza al drama que estás viviendo.

Cuando al fin te puedan revisar o hacer los análisis, tu estado quizás esté ya delicado. Un médico le va a decir a tu familia que las cosas empeoraron por cuestiones que no vas a entender (todo menos por la falta o tardanza en atenderte) y con términos que nunca escuchaste, porque en verdad solo se usan en la escuela de medicina, te van explicar lo que probablemente ya sepas y lo único que vas a entender es cuando escuches la palabra “TERAPIA”.

Entonces tu mundo se va a derrumbar. Tu sangre se va a congelar en el cuerpo. Conseguir una terapia en medio de la desesperación es quizás la sensación más dramática de cuantas existan. Ahí va a comenzar tu carrera contra el reloj.

Pero ojo. El sistema va a estar colapsado (incluso lo estuvo antes de la pandemia) y la lista de los que esperan va a priorizar a los amigos de los amigos o los poderosos que ostentan su poder.

Una vez que logres un lugar en terapia, tu familia deberá enfrentarse a una durísima realidad. Los medicamentos en esta etapa serán más caros (dicen que unos tres millones por día) y lo más seguro es que tengan que vender hasta lo que no tienen para hacerse cargo de las cuentas. Si la opción fuese un privado, vivas o mueras, tendrás una cuenta que al final por 20 días rondará más de 300 millones de guaraníes. Pero no es tu culpa, es culpa del sistema que le puso precio a tu vida y lucra con el dolor.

La OPS sostiene que un atributo primordial para alcanzar la equidad universal es la capacidad del sistema de salud de garantizar el acceso, independientemente de la solvencia de las personas, y para dar seguimiento a esta capacidad utiliza como indicador básico el gasto de bolsillo en salud como porcentaje del gasto total en salud.

No hace falta darte cifras. Cuando te toque, te vas a dar cuenta. La salud en Paraguay sigue siendo un privilegio de ricos porque el sistema “NO TIENE REMEDIO”, pero esa es… otra historia.

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