Por Carlos Mariano Nin

Columnista

“Diego Maradona, en medio de su pelea con Dalma y Gianinna: ¿Y ahora qué van a decir? Están haciendo todo por plata…”.

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“Pelando el culo: filmaron a Maradona totalmente drogado, bailando y bajándose los pantalones”.

“Maradona no puede terminar una entrevista en TV porque va bajo los efectos del alcohol”.

“Eh, uh, em…”. Maradona sufre un nuevo lapsus durante rueda de prensa.

No es nuevo, son titulares de periódicos de los últimos tiempos. Solo algunos de los muchos que acapararon los medios durante este año.

Sí, quiero hablar de Maradona, un tipo malo, bueno con la pelota, pero quién soy yo para juzgar.

El Maradona del que los medios se burlaron cuando en una entrevista no podía hilar palabras, ese al que mostraron bailando desorientado diciendo cosas incoherentes. Ese que le pidió prestada una mano al propio Dios para hacer uno de los golpes más recordados de la historia del fútbol, al que su entorno llevaba como una marioneta y al que todos seguían como las velas al viento del dinero.

En estos últimos años quedaba poco de su magia. Tras su muerte leí en algún lado: ¡El Gran Pelusa! Víctima del pobre Maradona. Y me quedé con eso.

Quizás con su muerte opaque la carrera de Pelé a quienes muchos consideran hoy el mejor jugador de todos los tiempos, pero cuando pase el ruido de su muerte será recordado por lo que los medios publicaron de él y en las estadísticas será desplazado por el “Rey”, la más antigua de las leyendas de las que la tecnología guarda pocos recuerdos.

Es la realidad.

Maradona fue un genio sobrepasado por el poder del dinero. No estaba preparado para la fama. Montañas de dinero impensable lo fueron convirtiendo en una mala influencia, y lo que vino después tendría que ser un ejemplo para los jóvenes. No el arte de su genialidad con los pies, lo más oscuro, su perfil más triste y el que lo llevó a la decadencia: las drogas.

Maradona hacía tiempo que andaba muerto en vida.

Su adicción incontrolable, así como su zurda en el mejor momento lo llevó al altar de los grandes, lo venía destronando y destruyendo, pero seguía siendo la gallina de los huevos de oro para todos los que pudiesen sacar una tajada.

Me quedo con la imagen del hombre destruido pidiendo socorro desde el fondo del abismo, del tipo que emergió de la pobreza para terminar en la más absoluta soledad dejando un mensaje contundente. La fama y el dinero son tan pasajeros como la vida misma. Pero las drogas aplastan hasta al más inmoral de los dioses.

Hoy el mundo lo llora. Ese mismo mundo que lo inundó de memes hasta ahogarlo en la exposición más triste. Lo lloran los medios, esos mismos que lo convirtieron en un dios y que alabaron su paso genial y los que lo hundieron con titulares degradantes. Lo llora su entorno codicioso e insaciable, que vivió en un palacio plagado de lujos a costa de su propia infelicidad. Lo lloran los que aman al fútbol, pero lo convirtieron en un culto al chisme.

El partido terminó.

Dicen que estando en la clínica de Olivos, después de su más reciente operación, preguntó a su círculo más íntimo: “¿Qué harían ustedes si fueran Maradona?” Entonces, en la tranquilidad de la habitación se hizo una pausa, hasta que uno le respondió: “No me gustaría ser Maradona ni un minuto”, él le ofreció una media sonrisa y dijo: “¿Viste? Eso me pasa todos los días. Estoy cansado, me gustaría tomarme vacaciones de Maradona”.

Para muchos fue un genio incomprendido, para otros un ídolo de barro. El mejor para los que aman la magia del fútbol, y lo peor para quienes ven a la persona detrás de la pelota.

Pero estaba enfermo y nadie quería hablar de su enfermedad. Nadie quiso o a nadie le convino tratar su enfermedad.

Y para mí el mensaje es claro: las drogas te llevan al lugar más oscuro y allí no hay luz que pueda brillar, ni con todo el dinero y la fama del mundo. Es ahí donde perdés el partido final. Las drogas te van a terminar destruyendo aunque al final todos digan “era tan bueno”…

Y, sin embargo, esa es… otra historia.

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