Por Ricardo Rivas

Corresponsal en Argentina

Twitter: @RtrivasRivas

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Jacques Chirac –ex presidente de Francia (1995-2007)– sostuvo que “la política debería ser siempre no solo el arte de lo posible, sino de hacer posible lo necesario”. El papa Francisco, en su condición de jefe de Estado del Vaticano –según coincidentes relatos de algunos de sus interlocutores más frecuentes– recomienda, a hombres y mujeres públicas, recordar que “el tiempo es superior al espacio; que la unidad prevalece sobre el conflicto; que la realidad es más importante que la idea; y, que el todo es superior a la parte”.

Un manual resumido de gestión política apoyado sobre tres bases imprescindibles para todo gestor bien intencionado: sentido común; cultura del encuentro; y, promoción de la amistad social. La que pasó, en la Argentina, no fue una semana más. Desde alguna perspectiva fue histórica y, desde otra, escandalosa y preocupante. Blanco sobre negro, para que quede claro en cada caso: 1) Murió Diego Armando Maradona; y, 2) El velorio del ídolo popular global realizado en la Casa Rosada (sede del gobierno federal argentino) devino en un escándalo del que, hasta aquella tarde, no había registro alguno aquí porque hasta la seguridad personal del presidente Alberto Fernández se vio afectada.

Los incidentes más violentos se desarrollaron a pocos metros de su despacho, se prolongaron por varios minutos y finalizaron cuando los vándalos –algunos de ellos con prohibición de ingreso a los estadios de fútbol por violentos– dejaron de vandalizar. En el ínterin, cuando el personal asignado a la seguridad presidencial fue desbordado, el propio Alberto F., con un megáfono, se asomó a un balcón interno para pedir calma a los revoltosos.

Las imágenes que distribuía la tele resultaban increíbles. La Casa Militar, responsable de la seguridad de los jefes de Estado argentinos, la Policía Federal, la Gendarmería Nacional, la Prefectura Naval, la Policía de Seguridad Aeroportuaria y la Policía de la ciudad de Buenos Aires no pudieron, no quisieron o no supieron –pese a ser depositarios constitucionales del imperio de la fuerza– cumplir con sus deberes. Por un momento, no fueron escasas las personas que pensaron que –como la final de la Copa Libertadores entre River y Boca en el 2018– la ceremonia fúnebre podría continuar en el estadio Santiago Bernabéu de Madrid, a donde el 7 de julio del 2014 participé del velorio de Alfredo Distéfano.

Por si algo faltara, el cortejo que trasladó los restos de Maradona hasta un cementerio privado a unos 35 km del lugar donde fueron velados –guiado por una treintena de motos policiales apoyadas por helicópteros y vehículos terrestres de todo tipo que hacían sonar sus sirenas estridentes sin interrupciones– se extravió. Interrogante: ¿Carecían de GPS? Todo salió mal. Los dedos índices de quienes se supone que tienen algún grado de poder comenzaron a extenderse acusadores. Los más señalados: el gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires que lidera el opositor Horacio Rodríguez Larreta y, la familia del fallecido. Patético y curioso.

En el plano de lo concreto, la TV gubernamental –única autorizada para transmitir la ceremonia fúnebre desde el interior de la casa de gobierno– al igual que el resto de los medios locales e internacionales que cubrieron la muerte de Maradona transmitieron lo que nadie previó que podría suceder. El presidente Fernández fue claro: “No previmos la presencia de los barrabravas”. ¿Habrá sido así? Por qué no creer en la palabra del jefe de Estado. Todo permite pensar que tampoco se planificó para gestionar las honras fúnebres al ídolo mayor de todos los tiempos dentro del contexto de la pandemia de coronavirus. No se promovió el respeto del distanciamiento social preventivo y obligatorio (Dispo) ni tampoco fue evidente el uso de barbijos, pese a que el virus ya se cobró la vida de 38 mil personas.

“¿Piensa que se podrán aumentar los contagios?”, le preguntó el periodismo televisivo al ministro de Salud, Ginés González García, mientras caminaba entre la gente. “Ojalá que no”, respondió en tono de ruego el sanitarista. Incomprensible. Muchas voces ciudadanas críticas se elevaron para denunciar una vez más la ausencia del Estado. Señalamiento de gravedad para un gobierno que procura intervenir en casi todo. Sin embargo, ese diagnóstico, tal vez, podría no ser exacto. De hecho, la ausencia o presencia estatal supone la existencia de un Estado que decide gestionar alguna de esas dos líneas de acción en políticas públicas.

Lo visto, por el contrario, evidencia carencia de capacidad para gestionar en áreas estatales críticas, en el más benigno de los diagnósticos; o, muchísimo más grave aún, sugiere una posible inexistencia del Estado. Sancionar a las y los responsables reales de lo sucedido, con probanzas judicialmente verificadas con procedimientos transparentes resulta imprescindible.

La política, sí y solo sí, debe ser predictiva. La retrodicción, además de ser especialidad de las y los historiadores, no cambiará la realidad. Sospecho que la política hecha relato, además de absurda incluso como idea, es el arte de lo imposible.

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