• POR DR. MIGUEL ÁNGEL VELÁZQUEZ (Dr Mime)

En estos tiempos de COVID-19 y grupos tóxicos de Whatsapp, un mensaje parece ser la constante en la mayoría y no tiene que ver directamente con el virus, el contagio o los malditos remedios caseros: “qué mucho estoy comiendo en esta cuarentena”. La queja universal. La preocupación global. Mucho gira en torno a cómo se va a terminar este episodio de nuestras vidas: rodando o a los tumbos rebotando con la panza.

No. No mires con enojo a tu pobre barriguita. El problema está más arriba. Bien arriba. En el cerebro, que recibe constantemente mensajes de alerta, de peligro, de que todo se termina y se vienen tiempos de hambre y desolación (?). Por eso reacciona de manera instintiva, con esa porción reptiliana de encéfalo que te expliqué varias veces en esta columna semanal y en mi libro “Cerebra la vida”, que hace que luches por la subsistencia, por la comida, sin pensar cómo. Y disparas al súper a comprar... papel higiénico.

¿Te pareció absurdo eso? Pues bien, el cerebro actúa igual con la comida, en lo que yo di en llamar (como otros autores) el “comer emocional”, el “atracón compensador” que hace que el cerebro haga al cuerpo acopiar lo más posible porque el estrés le nubla la razón con un caudal inmenso de neurotransmisores y hormonas (donde la adrenalina y el cortisol son los reyes), y hace que coma todo lo que puede, como en esa música renacentista que la cantaba muy bien el cuarteto Zupay allá por los 80 (“...hoy comamos y bebamos y cantemos y holguemos que mañana ayunaremos...”).

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El cerebro interpreta el estrés como un aviso de que habrá carencia, entonces comienza el desenfreno por comer y, sobre todo, comer calorías para convertirlas en grasa... Por eso tenemos antojos dulces porque el cerebro nos dicta inconscientemente que debemos ahorrar energía porque mañana puede faltar... ¿y cómo ahorra el cuerpo de la mejor manera? ¡Con grasa...!

Esta es la razón del porqué comemos cuando nos estresamos. El cerebro (más específicamente la amígdala cerebral, el timbre de alerta de nuestro sistema límbico) no distingue el por qué hay tanta adrenalina y cortisol tocándole a la puerta, entonces desencadena el mecanismo de la angustia para protegernos y uno de los mecanismos es el acopio. Se anula completamente la razón, predomina la emoción y comenzamos a descontrolarnos en todos los aspectos de la vida. Pasa igual con el frío: cuando hace frío nos estiran los dulces que forman más rápidamente grasa de reserva sobre todo en el abdomen y alrededor de los órganos viscerales, para que pueda quemarse en una temporada de frío que el cerebro interpreta cercana. Y sabemos bien que en nuestro país esto no es así.

Gente querida: HAY VIDA DESPUÉS DEL COVID-19. No la vamos a pasar bien en las próximas semanas, pero de nosotros depende salir de la mejor manera de esto. Aprendiendo mucho sobre todo. Y una de las cosas que hay que aprender es a no dejarnos llevar por el límbico, por la emocionalidad, sino que nos llamemos a la razón, permitamos al lóbulo frontal tomar las riendas de todo y demostrarnos que a este virus se lo vence con inteligencia y con voluntad, y no a lo loco y con estrés. Porque el estrés mata... o por lo menos engorda. Nos vemos el sábado que viene para seguir estando DE LA CABEZA.

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