Cuando estamos rodeados de oscuridad, hasta una insignificante luz es visible por más que se encuentre en el horizonte infinito. Con ese pensamiento voy a bajarme del tren que anuncia catástrofes, fin del mundo y calamidades, muy en boga en estos días.

Ya todos sabemos que la pandemia nos tiene contra las cuerdas, con la “patrona” en la casa dando vueltas como una leona enjaulada -algunas con el mazo en la mano- y los hombres nerviosos sin poder salir a trabajar y traer el sustento diario, mientras los chicos piden y piden.Todos hablan de lo mismo, pero este cambio de perspectiva viene porque ayer me refirieron un caso que es digno de mencionar: ¡la aparición de un ángel! No es mentira. Así sucedieron las cosas...

Durante el último año, hacia mitad del 2019 la salud de una señora comenzó a deteriorarse. Los dolores se hicieron tan intensos que ni siquiera podía caminar. Tras numerosos estudios, la peor noticia confirmó el diagnóstico: ¡tenía cáncer! Fue como si sobre toda la familia cayera una tonelada de plomo. La esposa tenía los días contados, la mamá estaba desahuciada, la vecina había encargado un cajón y hasta el sacerdote llegó en dos ocasiones para darle la extrema unción.

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El final de año soprendió a la mujer en medio de sesiones de quimioterapia, yendo y regresando de IPS en ambulancia porque su inmovilidad era completa. Por entonces, lo del Covid-19 fue una noticia que se diluyó en medio de las preocupaciones cercanas. Enumerar la cantidad de muestras de solidaridad de la gente hacia la familia cansaría, desde hamburgueseadas hasta contribuciones, desde descuentos hasta horarios flexibilizados y mil detalles más sustuvieron la enfermedad de la mujer, que por momentos entraba en depresión y quería dejar de luchar y por otros recobraba fuerza al recordar que vencer al cáncer era una batalla de resistencia.

El 2020 comenzó con más sesiones de quimio, con caída de cabello, y esperanzas de un año que presagiaba una inminente recuperación económica. Pero el aleteo oscuro como el de un murciélago hizo que la noticia desde Wuhan -que antes parecía de película- tomara visos de terrorífica realidad. La pandemia se había desatado, incontrolable. De China se propagó a Europa, donde se hizo fuerte y comenzó sus preparativos para invadir América del Norte y Sudamérica.

Con Estados Unidos a la cabeza en la mayor cantidad de infectados, con la muerte recorriendo las calles de Italia y España recogiendo víctimas como si paseara por un supermercado, inició abril con un millón de personas contagiadas y la mitad de la humanidad confinada en su casa. Con ese panorama de aislamiento social y economía en saldo morado oscuro, la hija subió al taxi para ir nuevamente al IPS y gestionar una consulta para la mamá. Había tratado de retrasar ese momento por el miedo de salir y contagiarse, pero era inevitable. A la madre había que hacerle el chequeo para controlar la situación del cáncer.

En medio de las preocupaciones, al abordar el automóvil, más pensó en quién habría estado antes en ese asiento trasero y si no sería portador del temido Covid-19. Abrir la puerta. Alcohol en gel. Frotarse las manos. Indicación para dirigirse al IPS, abrir la cartera para cerciorarse si alcanzaba la plata para el viaje y rezar para que todo saliera bien en el hospital fueron acciones automáticas.

El saludo cordial que le llegó desde el frente hizo que ella tomara conciencia. La frase “Yo te recuerdo. El año pasado también te llevé a IPS porque tu mamá estaba muy mal y ya no podía caminar” hizo click y despertó. Olvidó la pandemia y los apuros económicos y la charla se hizo fluída. Tenía que descargarse y dio rienda suelta a las palabras. Le contó al chofer que había ocurrido un milagro, que las dosis frecuentes y regulares de morfina para calmar los horribles dolores habían acabado, incluso que el día anterior, con un andador, su mamá había podido dar sus primeros pasos e ir al baño por sí sola (claro que con precaución para que no tropezara).

El chofer se emocionó mucho con el relato. ¡De verdad era un milagro! Y también se confesó. Le dijo a la chica que él siempre rezaba por su mamá, porque la historia le había apenado mucho, así que esa noticia era la mejor que le habían dado en los últimos tiempos, sobre todo con el bajón de trabajo a causa del Decreto presidencial y los pocos pasajeros que se arriesgaban a salir de su casa.

Fue cuando el ángel bajó del cielo y encarnó en ese hombre, que le anunció a la chica que la llevaría a IPS, que la esperaría todo el tiempo que fuera necesario y que la trería de regreso para que estuviera a salvo. Las cosas en IPS no salieron bien. Con tanto movimiento de enfermos, la gestión para el chequeo no fue posible y el esfuerzo del viaje, vano.

Al salir del hospital, el taxista estaba allí, esperándole. Sin darle demasiada importancia a esa menudencia de la gestión fallida, el regreso fue callado pero jovial al punto que al llegar a su casa, la chica metió la mano en la cartera para pagar el servicio, pero el hombre se negó. No hubo caso, ni siquiera para el combustible aceptó el señor S., quien como único pago pidió como favor que no mencione el hecho y menos su nombre a sus compañeros de la parada.

Su deseo es respetado. Ni nombre ni número de parada en reconocimiento por una actitud que es inusual en esta época en que todas las personas se encuentran encerradas en la casa, preocupadas por cómo van a ir al súper y traer alimentos o cómo hacer para conseguir algo de dinero. Un ángel en forma de taxista dejó ayer su enseñanza. El, mucho mejor que otras personas, sabe cuánto le cuesta conseguir hoy un pasajero, cuánto gasta en combustible para ir hasta Trinidad o cuánto vale su tiempo y el riesgo de alzar personas desconocidas que podrían estar contagiadas.

Y sin embargo, por un momento, esas alas negras de murciélago que invadieron el planeta fueron reemplazadas por un par de alas blancas como la luz, que en medio de esta tremenda oscuridad de peligro y egoísmo que nos rodea hoy, debe ser visible y guía para darnos cuenta de cómo debemos actuar. Sin tanto egoísmo, sin tanto miedo, recordando lo que que somos y que indefectiblemente vamos a pasar. Lo importante será comportarnos como humanos.

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