• Por el Dr. Miguel Ángel Velázquez
  • Dr. Mime

Si usted, amable lectora o lector, tiene más de 18 años, puede seguir leyendo esta columna hoy. Caso contrario, debería seguir hojeando el diario, que tiene muchísimo material excelente como todos los días, y pegar el salto por hoy a este apartado porque en este día voy a hablarle de muchos mitos dentro de una apasionante disciplina de las neurociencias: la neurosexualidad. Por qué debemos hablar de sexualidad en una sociedad tradicionalmente conservadora y en muchos casos represiva, y hay que hacerlo porque la sexualidad es una dimensión más de nuestra humanidad, que al ser conocida es mejor explorada y usada para nuestro propio beneficio: el de ser felices en esta vida.

El primer mito que vamos a destruir es el del tamaño, porque, lamento decírselo, pero el tamaño SÍ importa. ¿Qué tamaño? El de una zona del hipotálamo, una glándula que es la puerta entre los sistemas nervioso y endocrino. Esa zona, llamada área preóptica, es la encargada de regular las conductas de apareamiento y, en condiciones normales, tiene casi el doble de tamaño en los hombres respecto a las mujeres, además del doble de cantidad de neuronas.

Y esta diferencia ya comienza a verse ¡¡¡desde los 4 años de edad…!!! Pero no se terminan las diferencias de tamaño allí porque también el cerebro masculino dedica casi el doble de espacio anatómico al sexo comparado al cerebro femenino. Sin embargo, las mujeres encienden su corteza sensitiva en menor cantidad que el hombre, pero en distintos lugares; es decir, si bien el hombre dedica mucho espacio a la sensibilidad de sus partes íntimas, la mujer tiene menos espacio, pero más repartido, ya que la sensibilidad de pezones, vagina y clítoris se halla en regiones diferentes de la corteza parietal sensitiva, lo cual hace que sean más receptoras a las caricias que ellos, que tienen más cantidad, pero (nunca mejor dicho) menor calidad de sensaciones.

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Otro mito que cae es aquel tan estereotipado y transmitido por chistes de “hoy no puedo, me duele la cabeza”. Bueno, la verdad, queridos congéneres, es que sí, la cabeza les puede doler y eso porque poseen altos niveles de serotonina, que si bien es el neurotransmisor de la felicidad, sin embargo cuando se halla constantemente con niveles altos puede causar no solamente cefaleas, sino también disminución de la libido; es decir, de las ganas de hacer “cositas”. Por eso no es muy conveniente regalarles a nuestras enamoradas un chocolate, gran liberador de serotonina: podría darles dolores de cabeza y sacarles las ganas de “mover el bote”.

Y eso no es nada, también les puedo contar que el sexo, literalmente, enferma. De hecho, el sexo es, literalmente, intoxicante, ya que crea una mezcla interna de químicos en el cerebro y la sangre, lo que pueden inducir no solo en sintomatología de enfermedad (taquicardia, hipertensión, insomnio, acidez, constipación, ansiedad, nervios, estrés), sino que también puede volverse adictivo de manera peligrosa al utilizar la ruta del neurotransmisor dopamina, el mismo que mueve al sistema de recompensa cerebral, idéntico sistema al utilizado por las drogas como la marihuana o la cocaína, el alcohol, los dulces o las anfetaminas. Ergo, el sexo es potencialmente adictivo. Y enfermante. Y si a esto sumamos que cuando consideramos a la oxitocina en la ecuación, se puede volver más complejo: esta se libera enormemente en el orgasmo por parte de la mujer, causando una gran atracción física para con el hombre que logró ese orgasmo, atracción que se da solo con él, pudiendo llegar a hacer cualquier cosa para volver a liberar oxitocina con él, ya que es el neurotransmisor del apego. Es decir, también el sexo puede desembocar en una conducta obsesiva.

Algo muy curioso y también motivo de estereotipos y bromas es la alusión “divina” en el momento de mayor goce sexual. El “oh Dios” está presente en varias culturas e idiomas en el “momento supremo”. Esto, por ende, no es solo una cuestión cultural, ya que existe un patrón cerebral idéntico en el momento del clímax sexual y en el del religioso. De hecho, es conocido que muchas monjas o personas dedicadas a la oración profunda y a la experiencia mística experimentan verdaderos orgasmos fisiológicos en el momento de mayor contacto con la divinidad. Santos y santas de la Iglesia Católica describen experiencias orgásmicas en el momento de mayor contacto con la divinidad. Y esto se explica cerebralmente: activan las mismas zonas.

Los hombres deben conocer que existe un gran enemigo disfrazado de amigo entre su arsenal neuroquímico: la testosterona. Esta hormona que es la masculina por excelencia hace que los hombres sean presa de su influjo aun cuando no lo desean así, como por ejemplo nos puede hacer tener erecciones en momentos menos pensados y ante estímulos no necesariamente precoitales, lo cual puede ser harto embarazoso. También la testosterona en exceso hace que los hombres sean infieles, ya que se hallan buscando permanentemente pareja, aunque la paternidad los vuelve más fieles porque con el tiempo disminuye la producción de testosterona. Dicho de otra manera, el hombre “se maternaliza” con menos testosterona circulante y, por ende, se vuelve más paternal y más hogareño.

Por último, por este sábado, les dejo el mito del “flechazo” desvelado: ¿Cuánto tarda el cerebro de una persona en darse cuenta que le atrae otra? Exactamente 0,2 segundos; es decir, dos décimas de segundo. Y para esto, interviene el córtex prefrontal dorsomedial (el que media en nuestras acciones morales, en nuestra “corrección”, en nuestros modales y nuestra voluntad), que es el que determina si una persona “nos gusta” o no.

¿Les gustó este artículo prohibido para menores de 18 años? Si desean saber más, les recomiendo leer mi libro (de próxima edición en el 2020, ya que la primera se agotó por completo) llamado “Cerebra la sexualidad”. O si no desean esperar, simplemente dejen sus comentarios al pie y podemos seguir en otros sábados estando DE LA CABEZA con la neurosexualidad.

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