Ser un buen hombre de créditos si conocemos los factores implícitos que conllevan la tarea no ofrece muchas complicaciones, y el resto se convierte simplemente en un asunto de análisis y juicio acompañado de sentido común.

El sentido “del olfato” en créditos tiene un valor inconmensurable que se va agudizando solo a través de los años y con la experiencia.

Hay dos preguntas básicas para hacerlos a los potenciales prestatarios: la primera es, “por qué necesita el dinero” y segunda, “cómo va a repagar el préstamo”.

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La primera pregunta no ofrece muchas complicaciones de respuesta en períodos de bonanza, exceso de liquidez o buen comportamiento de los mercados.

La segunda pregunta no suele ser hecha tan regularmente, pues se dan a veces circunstancias en que las entidades financieras ponen más énfasis en otorgar créditos incluso a tasas más competitivas que pensar en cómo los pueden recuperar en tiempo y forma.

Hace años los desembolsos crediticios eran a menudo otorgados basados más bien en el valor de los activos, y se pensaba que un préstamo respaldado por una garantía constituía una financiación bien estructurada cuando que sabemos que lo que nos debería interesar es la capacidad de repago del prestatario, dado que las garantías son accesorias.

La evolución de la técnica del flujo de caja es una creación de la banca norteamericana, y ha demostrado ser tan exitosa en los últimos 25/30 años que hoy día podemos decir ya casi el 100% de los países los utilizan en sus análisis de riesgos crediticios.

En la actualidad la segunda pregunta es por lo común tan básica como la primera, pues todos los préstamos deberán hacerse mediante un plan concreto de repago.

Qué respuestas tomará en consideración el banquero para la pregunta: “cuál es el propósito del préstamo que se requiere? Las respuestas pueden ser para capital operativo o de trabajo, o también para inversiones en bienes de capital.

La necesidad del prestatario de capital en giro generalmente surge de dos fuentes importantes, rotaciones en el inventario y cuentas a cobrar.

Estos movimientos deberán ser de una naturaleza temporal. Si la temporada de ventas de una compañía se concentra por ejemplo en la primavera tendrá que fabricar la mercadería durante el invierno. Pueden ocurrir movimientos similares en las cuentas a cobrar que en razón de fechas durante estaciones o desiguales épocas de ventas pueden llegar a un pico en ciertas épocas del año.

Una compañía puede estar suficientemente capitalizada como para financiar estos desniveles con sus propios recursos, trayendo fondos ociosos durante épocas fuera de temporada o puede dirigirse a su banco o financiera para asistencia a fin de afrontar su pico.

Estos picos, sin embargo, siguen por lo general un modelo transitorio y bien establecido. Un banquero no deberá prestar fondos con fines especulativos, aunque reconocerá que en ciertas épocas en un ciclo puede resultar prudente para una industria cubrirse con materias primas más allá de lo necesario para dicho propósito (pero debería ser la excepción y no la regla).

El banquero espera que los préstamos destinados a financiar capital operativo o de trabajo que él efectuó sean autoliquidados. Él anticipa que los beneficios del inventario estacional que ha financiado, reembolsarán su préstamo o, si el préstamo es para financiar su pico de cuentas a cobrar, estas se convertirán en efectivo a la fecha de vencimiento para repagar el préstamo.

Cuando el banco otorga un préstamo para capital de trabajo, espera que el prestatario salga de su deuda durante un período cada año. Necesita ver “el color de su dinero”.

Si no puede reembolsar dichos préstamos en las fechas convenidas inicialmente, el banco estaría en la práctica suministrando capital en giro permanente que no sería compensada suficientemente por la tasa de interés que carga para asumir los riesgos inherentes a dicho propósito.

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