• Por Ricardo Rivas
  • Corresponsal en Argentina
  • Twitter: @RtrivasRivas

­Solo 22 días faltan para que Mauricio Macri fina­lice su mandato. En el mismo instante en que entregue los atributos simbólicos del mando a su sucesor, Alberto Fernández, y sin mensurar tinos ni desatinos ingresará en la historia. Será el único mandatario no peronista, desde el 10 de diciembre de 1983, que finaliza la gestión en tiempo y forma. No es poca cosa. Fernández tomará la posta para navegar un río meandroso que podría ser agitado por tempestades. A la compleja situación interna en este país el man­datario deberá hacer foco también en la agitada vecindad sudamericana.

Ayer regresó a la Argentina la vicepresidente electa, Cristina Fernández. Todo permite supo­ner que la semana que se inicia será la que mar­que el fin de algunas incertidumbres. ¿Se infor­mará cuál será el gabinete nacional? ¿Se sabrá cuántos ministerios tendrá la futura gestión pre­sidencial? ¿Tendrá Cristina poder de veto sobre los colaboradores en el más alto nivel del jefe de Estado? ¿Cómo se atacarán hambre, pobreza e indigencia?, entre otras.

En la semana que se fue –en territorio eclesial católico– el presidente electo se reunió con las organizaciones sociales bajo la atenta mirada de su anfitrión, el obispo Jorge Lugones, presidente de la Comisión de Pastoral Social (CEPAS). Un cónclave intere­sante, pero que arrojó más interrogantes que certezas, aunque no solo por las palabras, sino también por la presencia de actores sociales que, desde la madrugada del 28 de octubre último, cuando Fernández derrotó a Macri, son duros con el triunfador, a quien le advierten que dada la grave situación económica y social su gestión “tiene mecha corta” y reiteradamente se nie­gan a abandonar las protestas callejeras como Alberto oportunamente les sugiriera. No es el tiempo aliado del flamante mandatario.

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Con 23 muertos, 26 mil detenidos, un millar de heridos, 220 mutilados oculares y cientos de violaciones hasta el viernes último en las calles de Santiago; con otros 23 fallecidos y 715 heri­dos, hasta el sábado pasado en Bolivia; con gra­ves tensiones en Ecuador y Perú; con algunas emergencias preocupantes en Paraguay y gra­ves crisis políticas en Nicaragua y Venezuela, solo Argentina y Uruguay aparecen en calma contenidas las demandas sociales por procesos electorales que abren las puertas a la esperanza. La expresión “mecha corta” atenaza los pensa­mientos de muchos.

No se conoce aún el proyecto de gobierno de quienes en pocos días más deberán comenzar a gestionar. Llega la hora de dejar atrás la comuni­cación de campaña para dar paso a la comunica­ción gubernamental e institucional, que no son lo mismo, como afirma el comunicólogo Augusto dos Santos en su obra “Y qué dice el Presidente”. Es preciso mirar y escuchar con atención la voz de la calle para interpretar sus demandas.

El académico Pierre Rosanvallon sostiene que “cuando la democracia se limita a lo electoral, llega la decepción” porque “definir la democracia solo como elecciones políticas no es definir una forma de sociedad de iguales y de semejantes”. Entiende que “en Chile hay movimientos de reac­ción, [de] exasperación, que rechazan la idea del líder porque quieren seguir siendo movimientos de expresión, y no ser cooptados por un proceso político” para mantenerse como “manifesta­ciones de rechazo, de miedo al futuro amena­zante” que aparece como peor que este presente poco esperanzador. En su mirada crítica, “hoy, la democracia se asevera como un poder desti­tuyente, como una revancha ante la decepción” que da cuenta de “una revolución interna en el capitalismo”. No es tiempo lo que sobra, Alberto.

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