• Por Óscar Tuma
  • Político

Evo Morales renunció a la presidencia de Bolivia cuando el pueblo descubrió el fraude en las elecciones, al cual éste recurrió para declararse “vencedor”, lo que terminó con la paciencia del valiente pueblo boliviano que se movilizó en defensa de la democracia, repudiando al gobernante y el proceso electoral viciado de nulidad.

Pero, lo paradójico, mientras el pueblo boliviano se alza en defensa de la democracia y en contra de las intenciones de Evo Morales, el grupito de “izquierdistas paraguayos” sale en defensa del tramposo, afirmando que lo ocurrido en Bolivia fue un golpe de Estado, dislate similar al que transmitieron cuando la destitución de Lugo, a la que calificaron de “golpe de Estado” para recurrir a los organismos internacionales con mentiras para que se intervenga la República del Paraguay. Mayor antipatriotismo no se puede pedir.

Los “izquierdistas paraguayos” tienen que entender, aunque no les convenga, que “golpe de Estado” hubiera sido el de Evo, de haber resultado exitoso el fraude montado, y, una coacción al pueblo para que le acepte, en vez del candidato de la mayoría, que en los gobiernos democráticos son elegidos por el pueblo, por un periodo determinado en el cual debe primar el respeto por los derechos humanos, la libertad, la igualdad ante la ley y la limitación del poder de los mandatarios, entre otros. También tienen que entender que, en una real democracia, no todo tiene que terminar con la renuncia del tramposo, que se deben investigar a todos los cómplices que colaboraron para llevar adelante el proceso electoral fraudulento y sancionarlos ejemplarmente para que no vuelvan a atentar contra la voluntad del soberano (el pueblo).

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En Bolivia, el hartazgo del pueblo comenzó cuando los “seguidores” de Evo le habilitaron para ser reelecto por una sola vez de “manera continua”, y, llegó al cenit en febrero del 2016, cuando llamaron a un referendo para seguir por un periodo más y el pueblo rechazó la continuidad con el 51,3% de votos. A pesar de ello, los “seguidores” apelaron al Tribunal Supremo Electoral –conformado por una mayoría oficialista– que le habilitó para buscar una tercera reelección, sabiendo que la voluntad popular estaba en contra, y montaron el fraude para continuar ilegítimamente en el poder, con el resultado conocido.

Lo ocurrido en Bolivia es un ejemplo de institucionalidad, porque la ley boliviana le faculta a la fuerza pública a “sugerir” a las autoridades su renuncia ante una conmoción pública para apaciguar la situación, norma a la cual los “izquierdistas paraguayos” llaman “golpe de Estado” porque no les conviene que se cumpla la ley, porque en ese caso, Arrom y Martí no se estarían paseando por el mundo. Entre paréntesis, ¿alguien sabe quién financia el tour de Arrom y Martí? Los izquierdistas tienen la precisa.

El suceso democrático boliviano muestra cuál es el final de los mandatarios que no escuchan a su pueblo; que no hay lugar para dictadores en el continente; y, la extraña actitud de Mario Abdo Benítez, al ofrecerle asilo al que le ninguneó al presidente de la República del Paraguay en presencia de varios jefes de Estado.

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