• POR RICARDO RIVAS
  • Corresponsal en Argentina
  • @RtrivasRivas

Las protestas sociales con­tinúan en Chile. Especial­mente en cada tarde y con epicentro en Las Condes, uno de los más acomodados barrios santiaguinos.

Ele­gante y bonito para transi­tar. Sin embargo, allí –como en el resto de Santiago nue­vamente ensangrentada– la calma no recupera terreno desde muchos días. Sebas­tián Piñera, presidente de ese país, entrevistado por la BBC negó enfáticamente la desigualdad social. Aportó estadísticas regionales com­parativas pero, finalmente, lo admitió: “Chile, todavía, es un país demasiado des­igual”. Cuando se le propuso una autocrítica, con algún grado de imprecisión sos­tuvo que, en su gobierno, “nadie predijo ni tuvo la sen­sibilidad para darse cuenta” del estallido que se sostiene en el tiempo y que “se viene acumulado hace décadas”. Justificó solapadamente luego la violencia institu­cional para “restablecer el orden” porque “esa vio­lencia (popular) no puede ser admitida, no está den­tro de la ley”.

El mandata­rio agregó: “Tuvimos que usar herramientas demo­cráticas y constitucionales, como el decretar el estado de emergencia para restituir el orden público y proteger a nuestros ciudadanos”. En ese contexto, explicó tam­bién que cuando anunció que “Chile está en guerra” lo está “contra la violencia, contra el crimen, contra la pobreza, contra la desigual­dad”. En ese país modé­lico hasta pocos días atrás, apretado entre Los Andes y el Pacífico Sur, el 1% de los chilenos más favorecidos se queda con el 26,5% de la riqueza. El 2,1%, se redistri­buye entre el 50%. La rele­vancia del número da cuenta de la crisis distributiva.

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En Ecuador, la ciudadanía transhuma por una tensa calma. La quita del subsi­dio a los combustibles que dispuso el presidente Lenín Moreno y desató la protesta fue derogada. Cuando la vio­lencia arreciaba y el cielo de aquel país fue opacado por los gases lacrimógenos, ese mandatario sostuvo sobre la situación: “No es una mani­festación social de descon­tento y protesta frente a una decisión de Gobierno, no. Los saqueos, el vandalismo y la violencia demuestran que aquí hay una intención polí­tica organizada para deses­tabilizar el Gobierno y rom­per el orden constituido, romper el orden democrá­tico”. Agregó que “es evi­dente que los más violentos, aquellos que actúan con la única intención de agredir, dañar, son individuos exter­nos pagados y organizados”.

Tampoco en Bolivia la tran­quilidad se aposentó en sus calles. Horas atrás, en tie­rra cochabambina, las dis­putas de las que participan sectores sociales en pugna y las fuerzas policiales, suma­ron cerca de una treintena de heridos. La tensión social extrema no cede desde la madrugada del 21 de octu­bre último cuando emergie­ron dudas sobre el resultado electoral.

Finalmente Bolivia resolvió su crisis de la manera más rotunda. El domingo, Evo Morales primero aceptó la posición firme de la Organi­zación de Estados America­nos al calificar de viciados los comicios con un apresurado anuncio de nuevas elecciones y horas más tarde la misma presión social, sumada a la dura sentencia de la OEA, ofició de irresistible motivo para su formal renuncia.

En diciembre del 2017, Mau­ricio Macri, frente a graves incidentes que se produje­ron frente al Parlamento argentino cuando se deba­tía un proyecto de ley pre­visional, dijo estar seguro que “fue algo premeditado para que no funcione el Con­greso”, enfatizó en que “fue­ron hechos orquestados”, acusó a “diputados (opo­sitores) que incitaron a la violencia” y demandó a la sociedad “no naturalizar” la violencia. ¿De qué hablan Piñera, Moreno, Morales, Macri?

En el último reporte de Lati­nobarómetro, sobre fines del 2018, el indicador “satisfac­ción con la economía”, des­taca que “los países más satisfechos con su econo­mía son Chile y Ecuador con 30% y los menos satisfechos son Venezuela y Brasil con 3% y 6%, respectivamente, seguidos de Argentina y El Salvador con 7% y Perú con 9%”. El trabajo advierte que “estos datos solo confirman el malestar de la región que se refleja en todos los indi­cadores y muestran como se ha retrocedido a los nive­les de los tiempos de la cri­sis asiática en la vuelta del milenio (2003)”.

Sobre el indicador “apoyo a la democracia” Latinoba­rómetro resalta que “a par­tir del 2010 y debido al fin de las medidas contracícli­cas comienza una ola de pro­testas en la región, el apoyo a la democracia declina de manera sistemática año a año hasta llegar al 48% en el 2018. Estamos en el mismo punto que estuvimos en el piso de la crisis asiática en el 2001 en cuanto a apoyo a la democracia se refiere luego de siete años consecutivos de disminución”. Asegura luego que “la democracia está en serios problemas desde hace años” y, diagnostica que se constatan “los síntomas de una enfermedad, la diabetes democrática, cuya crónica no solo fue anunciada sino que lamentablemente con­tinúa su escritura”.

“Una democracia que no puede garantizar, como mínimo, los derechos uni­versales de salud y educa­ción a los sectores más vul­nerables es una democracia débil”, sostiene el colega Aníbal Saucedo en La Nación de Paraguay y advierte que “no hay que minimizar como una simple explosión prima­veral lo que ocurre en Amé­rica Latina”.

Marcelo Cantelmi, editor jefe de Internacionales de Clarín, dice: “Es el agota­miento de los sectores de ingresos medios y medios bajos por la forma en que se han venido haciendo las cosas con una política divorciada con fervor de la gente”. Recuerda tam­bién que el académico ale­mán Ulrich Beck, en tiem­pos de “Los indignados”, en España, una década atrás, afirmaba que demandaban “más democracia para que los Estados recorten la des­igualdad y no pierdan vista a los votantes” para evitar “un peligroso cansancio de la democracia”.

El académico y diplomático Juan Pablo Lohlé, direc­tor del CEPEI (Centro de Estudios Políticos Estraté­gicos Internacionales), ex embajador argentino ante la Organización de Estados Americanos (OEA), en el Reino de España y en Brasil, en diálogo con este corres­ponsal afirma que “en Lati­noamérica no nos aggiorna­mos. Con ningún gobierno se modificaron en nada los niveles de exclusión y de concentración de la riqueza. Estamos en estándares muy bajos de participación de los sectores más marginales y empobrecidos en la redis­tribución de la riqueza que acumula un porcentaje muy pequeño de la sociedad. Hay que repensar la democracia en América latina en bene­ficio de nuestros pueblos y no de nuevas oligarquías”.

Cantelmi, también director del Observatorio de Políti­cas Internacionales de la Universidad de Palermo (UP) de Buenos Aires, recuerda que Pericles, en un discurso que expresó en el año 431 aC, destacó que “el hombre no experimenta tristeza cuando se lo priva de bienes que aún no ha pro­bado, sino cuando se le arre­bata uno al que ya se había acostumbrado”.

“No hay nada más bello que lo que nunca he tenido (¿la esperanza, la ilusión de una mejor calidad de vida?), nada más amado, que lo que perdí…”, comenzó a can­tar Joan Manuel Serrat, un catalán que se las trae, en 1971, 2.402 años después de aquel magistrado ateniense. Albert Einstein, en el siglo pasado, recomendó: “Si bus­cas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”.

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