• Por Felipe Goroso S.
  • Analista.
  • Twitter: @FelipeGoroso

La imagen que se proyecta sobre nosotros, como pueblo, es la de uno gentil, casi dócil. Esa proyección se potencia cuando la relación es entre un paraguayo y un extranjero. Y alrededor de esa proyección se ha creado y difundido toda una narrativa de que los paraguayos somos nomás loo demasiado amables, cálidos. Por algo somos electos cada año el país más feliz del mundo y cuando eso no sucede es un escándalo de proporciones nacionales.

Basta con eso. Es mentira.

Creo que en el fondo (y a veces también en la superficie) a los paraguayos la violencia nos genera un encanto especial. Por eso los videos con escenas violentas tienen tanto éxito entre los internautas (cada vez más jóvenes, por cierto), por eso los canales de TV que dedican gran parte de su grilla a las noticias policiales tienen la preferencia de los televidentes en las mediciones mensuales. Por ese mismo motivo aplaudimos a quienes se dicen dirigentes del área deportiva cada vez que realizan hechos de violencia.

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Y también por eso es que aplaudimos cada vez que los políticos realizan actos violentos. Y los juzgamos a cada uno según nuestro propio cristal. Dicho en cristiano, aplaudimos esos actos siempre y cuando el político ya sea previamente de nuestro agrado.

El lugar más cómodo para hablar del encanto que genera la violencia es aquel gastado camuflaje que nos otorga la frase “la verdadera violencia es estructural”, recurriendo a aquello de que lo verdaderamente violento es la pobreza, la falta de educación, salud y seguridad. Háblenme del lugar cómodo y común buscando justificar hechos que venimos viendo en nuestra política. Y se esgrime tal argumento como si hubiese alguien con dos dedos de frente que vaya a oponerse a tal afirmación. La instancia siguiente es preguntarnos si lo uno justifica lo otro. Eso debemos preguntarnos individualmente y también como sociedad.

La violencia estuvo siempre presente en nuestra política, en diversos momentos y en mayor o menor medida. Tampoco es nuevo como elemento en políticos que buscan diferenciarse; el sutil detalle es que ahora estamos viendo a políticos que tienen a la violencia como única forma de hacer política, no tienen otra cosa, más que violencia y populismo. Ya va siendo hora de que caigamos en la cuenta. Una vez que la mezcla de populismo y violencia entra a la democracia se convierte en un virus y el precio para deshacerse de ambos es demasiado alto.

En esta materia, el papel de los medios de comunicación es trascendental. Si seguimos endiosando a estos políticos no nos quejemos cuando los mismos lleguen a espacios aún más importantes y lo primero que hagan sea ordenar el cierre de medios o la horca en plazas públicas para quienes nos animemos a pensar distinto. Habrá sido el programa de gobierno más previamente anunciado en la historia de la política, esa mala palabra que empieza con p y termina con a.

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