El Congreso está funcionando con, por lo menos, dos senadores truchos, nombrados por un presidente circunstancial y, mbaretépe, con antecedentes de truchismo, desde su candidatura inconstitucional a presidente de la República, su benéfica condena que le otorgaron generosamente sus pares, pese a ser condenado inapelablemente, para que pudiera, como sucedió, candidatarse a senador y seguir con la fresca viruta delincuencial y de violador, ya en esta etapa, de las leyes.

Ese mismo senador Lugo, actuando en nombre del Congreso, se permitió el lujo de destituir a dos senadores elegidos por los votos y nombrados por la Justicia Electoral; en simultáneo, y como un abuso delictivo era poco, se permitió también el lujo de nombrar a dos senadores que no habían sido elegidos por los votos ni reconocidos, obviamente, por la Justicia Electoral, es decir, nombrados por él mismo, constituido en máxima autoridad electoral, seguramente una vez más por la gracia sacerdotal, ya que otra gracia no tiene. Es decir, destituyó a senadores nombrados por el pueblo y consagrados por la Justicia Electoral y valga la pena tomar el punto como antecedente de las destituciones que se han venido y que se ven venir en medio del nuevo sistema coyuntural de renovación del Parlamento a gusto y paladar, con el exclusivo requisito de juntar los votos necesarios para formar una minoría coyunturalmente mayoritaria o una mayoría coyunturalmente suficiente, incluso pidiendo a algunos colegas que cambien la posición que habían tomado previamente, “ahora después” como diría Víctor Benítez.

Como el tema de las ideologías se ha diluido hace tiempo, la cuestión no tiene nada que ver con las bancadas ni, mucho menos, con las bancaditas, con los pañuelos ni con las polcas o, dada la renovación, con los rock and roll. Es simple cuestión de negociaciones, de momentos coyunturales, de favores de aquí y de allí y hasta de presiones, su capacidad de movilizar escrachadores, muchos gritos y algunos pocos aspavientos.

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Desde luego, tampoco importan los votos partidarios, ya que los votos y el concurso de los votantes fieles a uno u otros movimientos solo sirven para las elecciones, después los partidos, movimientos y etcétera, etcétera, pasan a perder su entusiasmo con el electorado, sus banderas, promesas, propuestas y demás procesos electorales, juramentos, compromisos, pañuelos al viento… en fin, el proceso electoral de las campañas políticas hasta las próximas elecciones. A partir de que comienza el nuevo período electoral, la cuestión es negociar mayorías minoritarias, o minorías mayoritarias, ya sea por un instante, lo suficiente como para deshacerse de un molesto disidente o de quedar bien con algún medio o grupo de poder, de negociar un cargo, o preferiblemente más, en fin, de sacar alguna ventaja, ganar alguna banca o negociar algún beneficio.

¿Y las propuestas legislativas, las marchas de campaña, las promesas al electorado. Indefectiblemente, las propuestas partidarias quedarán para el próximo período cuando empiece de vuelta el proselitismo; mientras tanto, vale más un Judas habilidoso para negociar, vender o comprar votos, o sacar alguna propaganda mediática que atenerse a alguna política coherente con lo prometido a los electores.

No es de extrañar el fenómeno electoral del Este; los electores tampoco creen en nada de lo que proponen los partidos y sus representantes, están buscando nuevas alternativas más fieles y menos veletas. Será justicia.

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