“Cuando nací, el nombre para lo que yo era aún no existía”. Circe nace en la casa de Helios, dios del Sol y el más poderoso de los Titanes. Es una niña extraña, carente de la belleza de su madre y hermanas ninfas y del poder extremo de su padre. Los titanes, para entonces, ya habían perdido la guerra con los dioses. Aun así, Helios y su suegro Océano, fueron los titanes que rápidamente juraron lealtad al triunfante Zeus, asegurando así sus poderes y sus palacios. Si, vas a necesitar al menos un árbol genealógico de la mitología griega, que, convenientemente, la autora provee en un apéndice.

Circe, entonces, hija del Sol y nieta de los mares, es un bicho raro. Al ver el castigo de Perseo se interesa en qué fue lo que lo llevó a robar el fuego para los mortales. Y al volverse al mundo de los mortales, descubre que sí tiene poder: el de la brujería, el de transformar la naturaleza, de convertir a mortales en dioses y a rivales en monstruos. Esto amenaza a los mismos dioses, quienes reaccionan con la furia que los caracteriza.

Zeus la condena a vivir en exilio en una isla desierta: Aiaia. Pero todo lo que ella hace allí es perfeccionar sus dotes, dominando a bestias salvajes, y cruzándose con muchos personajes de la mitología que llegan a sus costas. El brillante Dédalo y su hijo Ícaro, la asesina Medea, y por supuesto, al gran Odiseo o Ulises, el “mejor de todos los griegos”, quien, en su largo trayecto de regreso a Itaca después de las Guerras Troyanas, se detiene en Aiaia el suficiente tiempo como para engendrar un hijo con Circe, de cuya existencia nunca se entera hasta que es demasiado tarde. En casa lo esperan la fiel Penélope y su hijo casi desconocido, Telémaco. Mientras, Circe cría en la reclusión de su isla a su propio hijo, Telégono.

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Telégono es objeto de la persecución de la más poderosa de las diosas: Atenea, nacida del cerebro de Zeus directamente. Diosa de la sabiduría, pero también de la guerra. Atenea quiere muerto al chico para evitar su horrible destino. Circe recurre a todos los recursos posibles, incluyendo un viaje al fondo del mar y un extraño trueque con Trygon, el más temible monstruo marino.

El final no se cuenta, porque, como es su costumbre, Miller es una loca a la que le encanta jugar con los clásicos e imaginar posibles historias en las versiones oficiales. Imagina un mundo clásico donde ni Ulises era tan bueno, ni Penélope tan aburrida, ni Circe tan mala. Un mundo donde estas dos terminan siendo algo así como amigas. Y donde sus destinos y los de sus hijos responden, no al designio de los dioses, sino a su propio libre albedrío: “Esto es lo que significa nadar en las aguas, caminar sobre la tierra y sentir que toca tus pies. Esto es lo que significa estar vivo”.

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