Antes de empezar y recibir condenas e improperios de todo tipo de los radicales que siempre existen, va la aclaración: en esta columna no se cuestiona la existencia o no de Dios ni se busca atacar o defender algún dogma. Sin embargo, es necesario saber (para creyentes y agnósticos por igual) qué pasa en el cerebro de las personas creyentes, cómo reacciona el cerebro a la posibilidad de una divinidad, al contacto profundo con lo que se llama fe; cómo se dan las experiencias místicas profundas y que existen en cualquier credo desde tiempos inmemoriales. Vamos a aventurarnos brevemente en el apasionante mundo del cerebro humano… y sus creencias.

Es innegable que la religión forma parte de la historia de la evolución humana desde siempre y su influencia es decisiva en la conducta humana. “Dios, cuántos crímenes se han cometido en tu nombre” podría ser un título desafiante, pero incorrecto porque finalmente la discusión del libre albedrío humano está más allá de la propia concepción de la religión: el hombre es malo no por naturaleza, como decía Maquiavelo, sino porque simplemente le dieron la libertad de hacerlo. Y esa libertad pudo haber venido de un dios, o de la propia evolución/involución (según el punto de vista de quien lo mire) del propio ser humano. Y la libertad es algo que reside en el cerebro, más precisamente en el lóbulo frontal, el que regula nuestra conducta.

Hace muy poco tiempo se encontró que la experiencia religiosa y el concepto de Dios y todo lo que implique contacto con la divinidad (oración, plegaria, meditación) no tienen un sitio específico en el cerebro, sino que en este acto tan cotidiano como complejo intervienen muchos circuitos neuronales dispersos por todo el órgano. Este conocimiento se debe al estudio que se hizo en quince monjas carmelitas que viven en clausura y permanente oración, y a quienes se pudo estudiar mediante electrodos en sus cueros cabelludos que permitieron conocer en profundidad tópicos tan interesantes como lo que sucede cuando oramos, o lo que pasa cuando simplemente tenemos fe. No obstante, el principal inconveniente lo tuvieron porque esta “unión mística” (como se llama en teología) se da pocas veces en la vida. Sin embargo, en experimentos paralelos con actores se encontró que revivir recuerdos emocionalmente fuertes activa redes neuronales similares a los vividos en encuentros místicos, por lo que se les pidió a las religiosas que reviviesen con la mayor cantidad posible de detalles su contacto con la divinidad en la oración intensa mientras registraban su función cerebral con equipos de resonancia magnética nuclear funcional (un aparato que permite “ver” al cerebro y sus partes en funcionamiento). El resultado no pudo ser más sorprendente: ¡¡¡la simple evocación del momento profundo de misticismo de las religiosas en su contacto profundo con la oración activó más de una docena de sitios diferentes en el cerebro de las carmelitas!!!

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Pero lo que sorprendió en realidad fueron las zonas activadas. Por ejemplo, una zona denominada núcleo caudado, que se relaciona con el amor romántico, el amor maternal y la felicidad, lo cual explica la intensa sensación que pueden sentir en el momento del éxtasis y que provocó que la misma santa Teresa de Ávila experimentase orgasmos. Y lo decimos sin miedo a la apostasia: la felicidad del contacto con Dios fue tan grande en la santa que le provocó una sensación de explosión sexual, esto dicho desde el más profundo respeto: imagínense que el momento de mayor liberación de sustancias de gozo es el orgasmo, la santa lo tenía al rezar. Su fe no tenía límites. Lamentablemente, para las épocas oscuras que vivía la pobre Teresa era pecaminoso, y los obtusos mentales que regían la Iglesia en aquellos tiempos podían condenarla a la hoguera, ya que sentir placer simplemente era “cosa del demonio”.

Otras zonas también activadas en la oración profunda eran aquellas que se estimulan con olores deliciosos, sabores y aromas apetitosos, y con músicas que realmente gustan (no en balde muchos dicen que quien canta, ora dos veces). Pero lo realmente sorprendente (si algo de lo que les conté hasta ahora no les sorprendió aún) es que también se activa en la oración profunda una zona del lóbulo parietal que genera cambios en la manera que se experimenta el cuerpo, causando una impresión de que hay una “fuerza superior” que toma el control del propio cuerpo… de ahí muchas de las experiencias de despersonalización y de “flotar fuera del cuerpo” que se tiene cuando se medita profundamente o se ora con intensidad. En monjes budistas que experimentan profundas experiencias de relajación, el lóbulo parietal altera su funcionamiento eléctrico, y dado que este es muy importante para la orientación en el espacio porque permite proyectar un sistema de coordenadas tridimensionales mental, la persona puede sentir esa sensación de “flotar” fuera del cuerpo. Hablando fácil: el lóbulo parietal indica dónde “comienza y termina” el propio cuerpo, y al alterar su funcionamiento, los límites del propio cuerpo se diluyen.

Llama la atención que personas con epilepsia del lóbulo temporal (afectación que está originada por anomalías en la corteza cerebral de esa región) experimentan sensaciones religiosas muy fuertes y, a menudo, experiencias místicas increíbles. No es en balde que particularmente a mí me gusta llamar a los lóbulos temporales “los lóbulos de Dios”: es aquí donde reside la mayoría de las respuestas que tienen que ver con las experiencias místicas. Cuando se estimula esta zona con campos magnéticos, la persona siente una “presencia” que lo “acompaña” y que cada sujeto lo relaciona con lo que le han enseñado: Dios, Alá, Buda, Jehová, y esto se produce por los cambios electroquímicos en las neuronas de dicha zona.

Ahora a la pregunta controversial y a la que lamentablemente no puedo dar respuesta: ¿Dios existe? El cerebro puede decirte que no, ya que la concepción divina es producto de una serie de fenómenos electroquímicos en el encéfalo. Pero también el cerebro puede decirte que sí existe, y es porque el hecho de que los seres humanos puedan ser capaces de realizar estas configuraciones y operaciones mentales es la mejor prueba de que Dios intervino en esto, dejando el cerebro humano como una especie de receptor de su presencia y de ser un intercomunicador con la divinidad mediante su uso para la oración. No voy a responder esa pregunta porque pueden ofenderse (seguro lo harán) religiosos y ateos, pero solo aportaré algunos datos: un neurocientífico ateo (Richard Dawkins) propuso que las personas religiosas viven más y mejor porque tienen vidas más largas y saludables, ya que sus cerebros activan zonas afectivas y emocionales concretas, produciendo sensación de felicidad y bienestar al creer en “algo más”.

Y no les digo más, con disculpas si alguien se sintió herido. No respondo ni pretendo hablar sobre la existencia de un dios. Simplemente les digo que la experiencia religiosa existe en el cerebro y que es saludable. Existe desde que el hombre es hombre, es igual de potente en todos aunque no se desarrolle en todos por igual, y lo único que varía con el correr de los tiempos es el nombre que le demos a nuestra divinidad. Y eso, como tantas y muchísimas cosas, nos tiene DE LA CABEZA…

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