Los festejos impulsan a las acciones. Cuando la admiración se apodera del ambiente las virtudes se regocijan porque saben que entrarán a participar. Hay muchas razones que convocan momentos especiales. Cada despertar amerita ser agasajado, en ese inicio diario yace la cuna de los agradecimientos. En ella se sostienen los juicios valorativos diarios. Otro ejemplo está dado en el poder realizar el movimiento rápido y repetido de los párpados, motivando una causal constante para celebrar.

El respeto al otro es la base de la convivencia humana. Al vivirlo hay que conmemorarlo. El encuentro con los demás es una oportunidad para honrar la vida. Es en el diálogo donde naturalmente acontece el acto de valorar a la integridad del prójimo. Por consiguiente, cuando se da la oportunidad de entablar una conversación se engendra una ocasión para homenajear la existencia.

Los sucesos históricos personales como sociales ameritan ser agasajados. En esas atentas manifestaciones emotivas surgen las reflexiones que habilitan la generación de nuevos compromisos. Así el ciudadano puede preguntarse qué hace por su gente, su tierra, su país. Y como pestañea también es capaz de pregonar los valores que posee y de manera educada socializar en los diferentes entornos en donde transcurre su ser.

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El presente rememora inolvidables conductas de quienes dejaron sus estampas por motivos loables, esos legados están orientados hacia la construcción de una identidad cultural que pregona la libertad y el sentido de responsabilidad comunitaria, pilares que estimulan el crecimiento a través de la educación permanente de sus habitantes.

Donde una niña lee hay fiesta. Adonde un joven desarrolla sus habilidades hay fiesta. En el lugar en que mujeres y hombres adultos ejercitan sus vocaciones hay fiesta. Es inmensa la diversidad de manifestaciones de la superación humana. Rincones, sitios, expresiones que enmarcan lo material, lo físico, lo que está ahí, lo que está allá, lo que cobija, lo que cubre o recibe; la fortaleza territorial de los sueños es enorme.

En la conmemoración de un acontecimiento fluye en el aire la sensación que emite la existencia de la conciencia colectiva, esa intangible impresión del todo que aglutina, que representa y que le tiende una caricia al alma. Es ese fenomenal estadio el oportuno momento para comprometerse con uno mismo para aportar, colaborar y ayudar en los diferentes contextos en los que convive.

Es único el amor maternal. Su reconocimiento cotidiano es el festejo por excelencia. Su día es todos los días. En cada mamá hay un testimonio ejemplar de contención, compromiso y entrega. La mamá siempre estuvo, está y estará. Esté donde esté, su alma acaricia y conmueve.

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