En el artículo anterior sostenía que sería interesante que los jóvenes (de ambos sexos), bajo ciertas normas y excepciones bien reglamentadas, puedan recibir instrucción teórica y práctica sobre estrategias de defensa nacional, pero en el marco de una malla curricular del nivel medio consensuada por todos los sectores involucrados, como mecanismo alternativo a la obligatoriedad del servicio militar obligatorio que se puede denominar servicio civil, servicio comunitario, pasantía comunitaria y/o similares.

La inclusión de la figura de la “objeción de conciencia” en nuestra Constitución Nacional de 1992 pateó el tablero del tradicionalismo militar para el reclutamiento de los jóvenes. Llamativamente, han pasado 26 años de aquel cambio, pero los altos mandos y estrategas militares no supieron encontrar una fórmula ideal para impedir que cada vez menos adolescentes se muestren interesados en servir al Ejército, la Armada o la Fuerza Aérea.

Tras casi tres décadas, por lo que se ve, eso ya es irreversible. En este tiempo se han producido tantos cambios a nivel local y global, tanto en los campos de la ciencia como en las nuevas tecnologías de la comunicación, que las necesidades del ayer han perimido y nuestros jóvenes requieren hoy otro tipo de adiestramiento para ampliar sus conocimientos. El mundo competitivo en el que vivimos así lo exige.

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Es innegable que cada país debe contar con una institución responsable de la seguridad interna y de la defensa de la soberanía nacional. Sin embargo, la misma debe ajustarse a su realidad, su presupuesto, sus necesidades y las del país, atendiendo las circunstancias de su entorno y el momento que le toca vivir en la historia. Gaspar Rodríguez de Francia “cercó” las fronteras para que nada entre ni salga en la época colonial, porque creyó conveniente hacerlo para ese momento de la historia; don Carlos Antonio López y su hijo Francisco Solano López adoptaron medidas que a la postre derivaron –era inevitable– en una guerra contra tres países –Triple Alianza–; y en los acontecimientos previos a la guerra contra Bolivia (1932-1935) se adoptaron también medidas que funcionaron para aquel momento. Es decir, Paraguay tiene hoy nuevos paradigmas y enfrenta un gran y nuevo desafío: la era del conocimiento.

Esa reflexión nos conmina a hacernos la siguiente pregunta: ¿Es necesario seguir contando con una Fuerzas Armadas con tantos efectivos –13.000 activos y similar cantidad de reservistas– y seguir gastando más de US$ 300 millones al año –como el aporte anual de Itaipú– para movilizar semejante aparato? Existen ejemplos de países que no tienen Fuerzas Armadas y que de igual manera son exitosos.

Es el caso de Costa Rica, que en vez de gastar altos porcentajes de dinero con respecto a su PIB, decidió destinar ese dinero a la educación de sus niños y jóvenes. En el otro extremo se encuentra Israel, cuya existencia misma está sustentada en una poderosa Fuerzas de Defensa de Israel debido a las circunstancias que le toca vivir en espacio y tiempo.

El enorme gasto para mantener semejante infraestructura está justificado desde esa perspectiva. Sin embargo, aunque están siempre enfocados a la defensa, no descuidan la educación de sus jóvenes, quienes según las estadísticas están entre los mejores capacitados del mundo.

Las Fuerzas de Defensa de Israel tienen 187.000 soldados profesionales activos, pero fortalecidas con reservas de casi 600 soldados –hombres y mujeres–. Por la situación de conflictos de Tierra Santa, en tiempos de guerra, pueden sumar casi 800.000 soldados combatientes de los ocho millones de personas residentes.

El servicio militar obligatorio es para la mayoría de los ciudadanos mayores de 18 años, tanto hombres como mujeres. Los hombres realizan un servicio militar de 32 meses y las mujeres un servicio de 24 meses, ambos con la posibilidad de ser contratados, si es que el ejército los requiere, por un período de unos años o de por vida. Desde todo punto de vista, la organización militar es extremadamente profesional. Es el resultado de las necesidades de un país que vive a la defensiva de los ataques terroristas.

Israel ha dado mucho y tiene mucho todavía por ofrecer en materia de balanza comercial, de cooperación recíproca, de asistencia técnica y de apoyo en materia de defensa nacional, de inteligencia y de combate al terrorismo. Su aporte ha sido valioso en los últimos 50 años o más, pero una pena que Israel, donde tuve el privilegio de estudiar, se haya visto forzado a retirar a su embajador como medida de protesta por la decisión del actual Gobierno de retornar la sede diplomática paraguaya de Jerusalén a Tel Aviv.

Más que nunca es impostergable un debate serio sobre la profesionalización de la milicia a los efectos de optimizar recursos y un análisis profundo de nuestros líderes políticos sobre lo que más conviene para nuestros jóvenes.

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