La oración es la sangre de la vida espiritual y es fundamental que aprendamos a orar. Si hay algo que tienen en común todas las religiones o credos del mundo es la oración, la búsqueda de una conexión con un ser superior.

La oración es muy controversial en esta época hiperconectada tecnológicamente y con muy poco tiempo. ¿Vale la pena orar? ¿Realmente alguien me está escuchando?, se pregunta la gente. Es que el fin de la oración no es cambiar a Dios sino cambiarme a mí.

Cuando un estudiante de doctorado en la Universidad de Princeton preguntó en qué podría basar su tesis, su maestro le contestó: “Estudia sobre la oración. Si hay algo que la ciencia debe de investigar es la oración”. Ese maestro era Albert Einstein.

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El siquiatra Gerald C. May dijo: “Después de 20 años de escuchar los anhelos de los corazones de la gente, estoy convencido de que los seres humanos tienen un deseo innato de Dios. Ya sea que seamos religiosos o no, este anhelo es nuestro deseo más profundo y nuestro tesoro más preciado”. Y si Dios existe y estamos hechos a su imagen, de seguro, una de las maneras de llenar ese anhelo es la oración.

Uno de los mayores predicadores del siglo XX, el inglés Leonard Ravenhill, afirmó con mucho acierto: “El secreto de la oración es la oración en secreto (Mt 6.6), y si estás débil en esa área, estás débil en todas las demás”.

Esta frase parecerá muy fatalista, pero es la pura verdad, ya que solo recibimos direccionamiento de Dios y estamos en sintonía con él a través de la oración. De no estar en oración, nos será imposible saber qué es lo que Dios quiere que hagamos.

Tenemos que entender que no se trata de hacer mucho sino de hacer lo que Dios nos mandó a hacer, de buscar su propósito para nuestras vidas. Es que “nada funciona a menos que alguien ore”, decían los misioneros moravos.

No orar siempre, ininterrumpida, intensa y constantemente es no depender de Dios, no buscar de él y no hacer lo que él quiere que hagamos. Podemos levantar imperios sin oración, podemos hacer muchas cosas sin oración, podemos tener mucho éxito sin oración. El punto es, si Dios está ahí, si él avala lo que estamos haciendo. Tenemos que tener cuidado en esto.

Una característica distintiva de los hijos de Dios con respecto al resto del mundo no es cómo hablamos, ni la ropa que vestimos, ni el trabajo que hacemos, es SU Presencia. Esto solo lo puede tener un hijo de Dios.

Muy pocas cosas se enfatizan en la Biblia como el orar. La orden de orar sale de la boca de los salmistas: Salmo 105.4, de los profetas: Isaías 55.6, de los apóstoles: Colosenses 4.2 y de Jesús mismo: Lucas 18.1 y Jn 16.24.

La presencia de Dios es la prueba y la característica distintiva de que tenemos el favor de Dios.

Hoy muchos cristianos están mundanizados, viven afanados, enojados, malhumorados, cargados, desanimados, quejosos, cayendo en pecado, perezosos, sin pasión o entusiasmo por seguir a Dios, en constantes rencillas familiares, matrimonios conflictivos, adulterios, rebeldía, y todo esto es por un solo motivo: no tienen la presencia de Dios en sus vidas. No buscan a Dios en oración diariamente. El que ora deja de pecar y el que peca deja de orar.

No orar todos los días es decir a Dios con nuestra acción: “Hoy no necesito de vos, puedo solo”. La oración es necesaria para recibir bendición y poder de Dios (Lc 11.5-17).

La Biblia también nos da un antídoto contra un mal muy común en estos tiempos: la ansiedad, y es orar (Filipenses 4.6-7).

Conviertan en una oración todo afán que tengan. Los afanes deben ser un tipo de materia prima para las oraciones.

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