Antonio Carmona, periodista

Relata la cultura popular del blues, registrada en un documental bien documentado, la historia de un blusero bastante naif que, tras una larga trayectoria de libertino y farrista sin control, decidió convertirse en predicador… y se convirtió; su argumento para pasar del pecado a la santidad era contundente para los documentalistas que lo registraron destacadamente: “He cometido todos los pecados, así que los conozco bien como para hablar sobre ellos”. El caso no es tan anecdótico si nos fijamos en la realidad, desde mucho antes de los Medici hasta nuestros días. Parafraseando a Bertolt Brecht, que decía que un hombre puede pasar de miserable a héroe y o viceversa en apenas un instante con una sola acción; es bastante frecuente que pecadores se hayan convertido en santos y que santos se hayan convertido en pecadores, a veces sin siquiera un gran gesto de heroísmo o de miserabilidad.

Sería más difícil, al menos en este siglo de rebeldía contra los abusos que antaño eran moneda corriente y no alarmaban a nadie, pongo por caso la violación que ha puesto en la palestra pública las denuncias reprimidas durante décadas de violadores que andaban por el mundo como personas respetables. El “me too” ha destapado en cierta forma, lo que podríamos llamar la rebelión de las y los abusados.

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En nuestro caso particular, donde la rebelión no ha llegado todavía a tanto, pero que más tarde o más temprano va a explotar, tenemos una verdadera ola de denunciadores de violaciones, pero como nuestros principales quilombetes pasan por la política, el territorio donde se desenmascaran las “conversiones” y se producen los absurdos de santos héroes convertidos en villanos o santos en pecadores y viceversa, es el de la política, aunque todavía no parece haber tomado estado de preocupación pública.

Comencemos por el ex obispo Lugo convertido en defensor de las violaciones de la Constitución, y evitando el “pecado” de sus pares, anuncia que les impedirá votar. Flaca memoria obispal, ya que él se presentó a ser candidato a presidente de la República con una clara prohibición constitucional, por su función de religioso.

No fue solo, sino que acompañado por toda una corte de dirigentes políticos, sociales y, desde luego, religiosos, todos ellos conocedores de la Constitución; hoy en día muchos de los más grandes defensores de la Constitución, consternados y espantados por supuestos “violadores”, cuando ampararon con cinismo la “consagración” política de un violador de la Constitución.

Hoy, incluso el entonces violador, procesado, condenado y destituido por el Congreso; con unos cuantos aguaí, es decir, catástrofes políticas, de trágico desenlace cuyo aniversario esta pasando un tanto desapercibido, cuando tomó, juntamente con su ministro del Interior la decisión de ordenar a policías desarmados entrar en una emboscada anunciada y transmitida al país en directo por las cámaras de televisión; si tenemos desde aquél día presente el horror de haber asistido en “muerto” y en directo a una de las más descabelladas masacres que registra la historia. El propio jefe policial del operativo, una de las primeras víctimas de la insólita masacre, recomendó por teléfono a las autoridades que no se entrara a la emboscada; se despidió para siempre, ante la terca e irracional orden, de sus familiares.

Y está pendiente también, como borroneada por la historia de la que no queremos acordarnos, la concesión a un canciller venezolano, cada día de más triste y criminal trayectoria, arengar a jefes militares para que diera un golpe al Congreso.

Sin duda que la desmemoria, más que la falta de memoria, sigue siendo el mal principal que nos aqueja.

Tanto que el principal actor de estos hechos históricos es quien hoy pretende aferrarse a un artículo de la Constitución que no dice lo que le hacen decir, porque en ninguna parte dice que los ex presidentes no pueden ser senadores ni ejercer como tales. Tendríamos en estas circunstancias una constitución un tanto descabellada, que premia a los verdaderos abusadores de la Constitución, que habiendo sido objeto de un juicio político y declarado culpable pueden ejercer los derechos, mientras que los presidentes que han terminado sus mandatos sin mayores objeciones no pueden serlo por obra y gracia de una picardía chicanera de hacer que un artículo de la Constitución diga lo que no dice.

Lo engañaron a Cartes sobre su renuncia, dicen que dijo Calé; últimamente es prudente dudar de lo que dicen o hacen decir, que cada día es más que dicen que dijo… No engañaron ni a Cartes ni a Duarte que ya tiene experiencia en la materia. Nos están engañando a todos. Lo lamentable es la vigencia en el medio y en los medios de la deducción de nuestro naif blusero. Conocer los pecados da una gran experiencia para alcanzar la santidad y predicar con el “mal ejemplo”.

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