Por Milia Gayoso-Manzur

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Escuché la noticia a las seis de la mañana. Uno de los informativos nacionales hacía un resumen del terrible suceso. Se me congeló la sangre, de estupor y pena.

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Madre mató a su hija que estaba en coma desde hace un año”. “Suboficial de policía mató a su hija e intentó suicidarse”. Fueron algunos de los titulares en los medios digitales, durante el día. La joven murió y la madre, continuaba ayer en observación en un centro hospitalario, la herida que se causó no fue fatal.

La víctima, Camila, de 23 años, había estado desaparecida hasta que la encontraron inconsciente, en San Bernardino, hace un año atrás. No es difícil imaginar que la vida de su madre ha sido un calvario desde el momento en que desapareció, agravado con el cuadro de estado vegetativo de su hija, durante este tiempo.

Una de las hermanas de la víctima, contó que su madre había entrado en una profunda depresión, lo cual es totalmente entendible. ¿Es comprensible que la haya matado? No. Nadie en su estado de salud emocional normal, es capaz de levantar un dedo para lastimar a un hijo, al contrario, una madre va a ofrecer su vida a cambio de la de su hijo.

Cuando ocurren hechos de este tipo, y hasta de otros más leves, la opinión de la gente en las redes sociales es como una patada en el hígado o dan ganas de llorar de rabia, por la violencia verbal que campea en los últimos tiempos, o por la total falta de comprensión hacia el otro.

Sin embargo, en este caso, he leído opiniones atinadas que procuran darle un poco de cordura a la espantosa tragedia.

(...) un hecho grave que hace entrar en crisis al círculo íntimo de la familia que no encuentra contención porque no existen profesionales que le puedan asistir y se entra en un espiral de angustia y desesperación que no se ve salida y la depresión hace estragos desencadenando situaciones como ésta, es lamentable, pero no hay ayuda posible en nuestro medio a no ser que se disponga de mucho dinero para contratar profesionales lo que la mayoría no lo puede hacer, entonces solo queda la fe y esperar un milagro, lo que no tuvo ésta pobre madre, ahora solo Dios ayude a ella y a su familia, ya que nuestra sociedad se ha vuelto una jungla donde el lema es salvese quien pueda, lamentable pero esa es la realidad”, opinó atinadamente José Jaquet.

Seguro que esta pobre madre ya no encontró salida alguna para su desesperación”, agregó Rosa Ruiz Diaz Santiviago. “Siento tanta pena por la madre”, escribió Liliana Elba. Yo también. Imaginen cuánto dolor e impotencia debió sentir para tomar una decisión extrema como esta. En qué pozo de locura estaba sumergida para condenar su corazón.

Atender a un paciente así es sumamente desgastante, más aún sabiendo que no se va a recuperar. Existe una patología bien definida llamada “síndrome del cuidador”, es como una mezcla de estres y depresión grave. Por eso no debe recaer el cuidado del enfermo sobre una sola persona, más aún si es pariente”, aportó Mari Cristi Silva

(...) Cuando se sufre de depresión las cosas no son tan sencillas, uno no se repone cuando lo desee, se vive totalmente fuera de la realidad, uno ya no puede pensar (...), porque el mismo dolor la llevo a desarrollar esa enfermedad. El mismo dolor que muchos padres sentiríamos sin poder controlar al ver a un hijo en ese estado... aunque intentáramos mantenernos fuertes”, opinó Mirian Benitez.

Oscar Martinez escribió: “Esta situación revela la ausencia de la toma en cuenta del sufrimiento profundo que provoca la discapacidad mental en una familia”.

Todos los dolores, las angustias, la falta de apoyo, las necesidades económicas para afrontar los gastos médicos, la soledad, el cansancio, el estrés... todo, desencadena en tragedias como esta. No sirve de nada condenar a la madre. Ella ya se ha condenado y de ese dolor que provocó su acto demencial, ya no se vuelve jamás.

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