• Por Jorge Torres Romero
  • Periodista

El denominado "besatón", organizado el pasado 17 de mayo por la comunidad LGBTI de nuestro país para celebrar el día internacional contra la homofobia, se convirtió en un lamentable show mediático que tuvo como cereza de la torta un acto de exhibicionismo público del que participaron como espectadores varios niños.

Independientemente de la razón por la cual estaban ahí esos niños o cómo llegaron al lugar (algunos paranoicos hasta hablan de que fueron "plantados" por el gobierno), la responsabilidad de su permanencia era de los organizadores, a quienes evidentemente no les importaba el hecho, es más, lo celebraban porque podrían ayudar a la "causa" como lo expresó en su cuenta social el líder de la organización "Somosgay", Simón Cazal, quien dijo textualmente: "que la criatura vea y quiera".

Nada más perverso que aprovecharse de las personas más vulnerables, más allá de su condición social o económica, los niños deberían ser excluidos de esta lucha que llevan adelante las mencionadas organizaciones que nuclean a los homosexuales.

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A nadie escapa que la homosexualidad es una realidad y como sociedad debemos respetarlos en su opción, pero eso no les da el derecho de pretender que todos acepten su estilo de vida y mucho menos que lo promuevan de la manera más vulgar como el espectáculo en el que un hombre semidesnudo hacía un baile en el que se tocaba sus partes íntimas como si se estuviera masturbando frente a los niños.

Es inconcebible que se busque manipular la mente de las personas, puesto que la libre opción sexual no justifica una sobreestimulación sexual a niños y jóvenes con sus consecuencias nefastas, ni para incentivar cualquier tipo de aberraciones. Ya tenemos suficiente con algunas propuestas que observamos a diario en los canales de televisión que alientan la promiscuidad en las relaciones, donde las mujeres son tratadas como objetos y se relativizan los valores que deben primar en cualquier relación.

Por eso, es llamativo el silencio cómplice de algunos "referentes" de los medios de comunicación ante lo ocurrido. A lo sumo, algunos intentaron minimizar el hecho y tampoco faltaron los "dueños de la verdad" y lo políticamente correcto que salieron con la famosa "indignación selectiva" que supuestamente los que reclamaron por el hecho, no se escandalizan por los niños indígenas que se drogan en las calles o que limpian los vidrios y piden monedas en cada esquina.

Nada más traído de los pelos, una cosa no tiene nada que ver con la otra, puesto que la realidad es que todas esas situaciones mencionadas son cuestionables, pero no hay punto de comparación con el hecho acontecido.

Cada cosa tiene su lugar y si queremos exigir derechos, debemos comenzar por respetar el de los demás, sobre todo cuando existen leyes –que hasta podríamos tildar de desfasadas– pero que deben ser cumplidas.

Claramente, la Secretaría de la Niñez y la Adolescencia en su comunicado advirtió que los menores presentes en el acto organizado por la comunidad LGBTI pueden ver afectados "su desarrollo armónico e integral así como los derechos al respeto y a la dignidad" consagrados en la Constitución Nacional, la Convención sobre los Derechos del Niño y el Código de la Niñez y la Adolescencia.

Otros también quisieron justificar la presencia de los niños diciendo que en las manifestaciones a favor de la vida y la familia se los utiliza. Sin embargo, aquí lo que se cuestiona es la manera en la que se llevan a cabo las protestas, puesto que los padres no andan realizando bailes sensuales ni besos exhibicionistas para llamar la atención sobre sus derechos. En síntesis, pedir respeto y cuidar de los niños, no es homofobia, es simplemente sentido común. Puedo estar equivocado, pero es lo que pienso.

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