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Al leer los periódicos latinoamericanos es difícil encontrar signos de una recuperación económica convincente. Es cierto que la producción industrial de Brasil se está recuperando después de una caída de dos años. La reforma energética de México está comenzando a dar sus frutos, por fin, con un nuevo descubrimiento de petróleo por parte de un consorcio internacional. Los reformadores peruanos celebraron el día 16 de julio, el "Día Nacional del Pollo Asado", con la esperanza de despachar un millón de aves, más que las 720.000 del año pasado. Después de cinco años de desaceleración y uno de recesión, América Latina debería registrar un modesto crecimiento económico entre el 1% y el 1,5% este año, según los pronosticadores. La imagen varía de un país a otro. El retorno al crecimiento agregado se debe principalmente a Argentina y Brasil, que están saliendo de recesiones. La economía de Venezuela está colapsando. Chile, Colombia, México y Perú se expanden a un ritmo lento entre el 2% y el 3%. Solamente en Centroamérica, República Dominicana y Bolivia se está creciendo un respetable 4% aproximadamente.

Lo que lo hace particularmente preocupante es que las condiciones externas son generalmente favorables. La economía mundial está cobrando velocidad. Estados Unidos y China, los mayores socios comerciales de la región, están creciendo bien. Los financistas miran favorablemente a los gobiernos y empresas latinoamericanas, como ilustra el reciente lanzamiento argentino de un bono a 100 años.

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Entonces, ¿por qué la región todavía está tan lejos de una pujante recuperación? Una respuesta es que el ajuste al final del boom de las materias primas, que benefició particularmente a Sudamérica, ha tomado más tiempo de lo esperado. Entre el 2003 y el 2010, la industrialización de China impulsó la demanda de minerales, petróleo y alimentos. Sin embargo, los precios de los productos básicos bajaron constantemente entre el 2010 y el 2015. A medida que se reducían los ingresos por exportaciones, las monedas de la región se debilitaron, frenando las importaciones e impulsando la inflación.

La buena noticia es que, en muchos países, este ajuste externo se desarrolló sin problemas y ha terminado en gran medida. El déficit en cuenta corriente de la región se redujo 1,4 puntos porcentuales del PIB. El año pasado, al 2,1%. La inflación está cayendo rápidamente, lo que permite a los bancos centrales reducir las tasas de interés. Eso ofrece la esperanza de una recuperación del crecimiento en el 2018.

Sin embargo, América Latina también enfrenta un ajuste fiscal. El boom de los productos básicos aumentó temporalmente los ingresos fiscales. Demasiados gobiernos gastaron esta ganancia inesperada, en lugar de invertirla o ahorrarla. El déficit fiscal primario –es decir, antes de los pagos de intereses– en la región en su conjunto aumentó del 0,2% del PIB, en el 2013, al 2,6% el año pasado. En otras palabras, la deuda pública está aumentando. Muchos gobiernos han comenzado a retractarse y pocos están en condiciones de preparar el impulso de recuperación.

Hay un segundo factor que frena el repunte: la incertidumbre política. Eso comienza con el presidente Donald Trump. Aunque ha acordado renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte con Canadá y México, continúa amenazando con imponer medidas proteccionistas, desalentar la inversión al sur del Río Grande y deportar a millones de mexicanos y centroamericanos.

Hasta ahora la economía de México se ha mantenido mejor de lo que se temía: el peso es más fuerte ahora que antes de la elección de Trump. La tasa de crecimiento interanual fue del 2,7% en el primer trimestre de este año. Sin embargo, México vive de mes a mes.

La segunda duda se refiere a la política interna. América Latina no volverá a un crecimiento más rápido a menos que haga más para resolver los problemas estructurales que lo impiden. Incluyen infraestructura inadecuada, educación de mala calidad, impuestos mal diseñados y regulaciones que dificultan el negocio. La solución de estos desafíos requiere liderazgo persuasivo. En los países más grandes, sin embargo, el único presidente que es incluso moderadamente popular es Mauricio Macri, de Argentina. En Brasil, el presidente Michel Temer tiene una calificación de aprobación del 7% y puede ser separado de su cargo por acusaciones de corrupción.

Entre noviembre del 2017 y octubre del 2018, Brasil, Chile, Colombia y México se enfrentan a elecciones presidenciales, mientras que Argentina tiene importantes elecciones parlamentarias a mediano plazo en octubre. Estas justas tendrán lugar en medio de la desilusión popular con los políticos, causada en parte por la corrupción. En cada uno, existe el riesgo de que un populista triunfe.

No es de extrañar que la inversión siga deprimida. El crecimiento de este año viene principalmente de una pequeña recuperación de las exportaciones y de la sustitución de importaciones. La primera tarea de los gobiernos es proporcionar a los inversionistas, tanto locales como extranjeros, un grado razonable de certeza política.

Más de lo que suele ser el caso, para la comprensión de sus perspectivas económicas, los latinoamericanos deben recurrir a los científicos políticos en lugar de a los economistas.

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