En septiembre del 2013, el presidente Vladimir Putin de Rusia pronunció un importante discurso cerca de la antigua ciudad de Novgorod, a la que llamó de "no solo el centro geográfico, sino el centro espiritual de Rusia". La clave para el progreso del país, dijo, era "la autodeterminación espiritual, cultural y nacional. Sin esto no podremos resistir los retos internos y externos".

A pesar de su fortaleza militar, tecnológica y económica, el factor determinante fue la "fuerza intelectual, espiritual y moral" de la nación, fundada en su "historia, valores y tradiciones". Lamentaba la depravación del liberalismo occidental sin Dios y sin raíces.

"Podemos ver cuántos de los países euroatlánticos están rechazando sus raíces", dijo, "incluyendo los valores cristianos que constituyen la base de la civilización occidental".

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Por otro lado. Rusia, era un "Estado civilizado reforzado por el pueblo, el idioma y la cultura rusa, así como por la Iglesia Ortodoxa Rusa".

Escuchando el discurso del presidente Donald Trump en Varsovia –no solo "el corazón geográfico de Europa", sino un lugar donde se puede ver "el alma de Europa" dijo el mandatario antes del encuentro del G20 de la semana pasada–, Putin debe haber sentido un toque de reconocimiento.

"El pueblo de Polonia, el pueblo de América y el pueblo de Europa todavía gritan: Queremos a Dios", dijo Trump, añadiendo que Occidente está unido por la "cultura, la fe y la tradición que nos hacen quienes somos" … Podemos tener las economías más grandes y las armas más letales en cualquier parte de la Tierra, pero si no tenemos familias fuertes y valores fuertes, entonces seremos débiles y no sobreviviremos".

Los paralelos no son accidentales. El discurso de Trump refleja las opiniones de sus asesores, Steve Bannon y Stephen Miller, que ven a Putin como un nacionalista y un cruzado contra el cosmopolitismo. El Kremlin pareció complacido. La referencia de Trump a Rusia "desestabilizando" a Ucrania y su comparación con la invasión soviética de Polonia a la de la Alemania nazi normalmente provocaría feroces denuncias de Moscú, pero esta vez la reacción fue tibia. Dmitry Kiselev, el principal propagandista de Rusia, descartó el discurso como un esfuerzo cínico para comercializar gas natural líquido estadounidense y equipo militar a Polonia. Este es un enfoque que el Kremlin reconoce y da la bienvenida.

Desde el punto de vista de Rusia, al pronunciar su discurso en Polonia, Trump delineó la esfera de influencia de Estados Unidos. La decisión de Putin de hacer un desvío de 300 millas en su camino a Hamburgo para evitar volar sobre Polonia y los países bálticos confirmó simbólicamente esa línea. Esto implicaba que Rusia no reclamaba a los miembros de la OTAN y de la Unión Europea, pero consideraba que cualquier cosa al este de ellos era su propia esfera de influencia, especialmente Ucrania.

Después de reunirse con Trump en el G20, Putin ofreció a Kiev un abrazo de oso: "Los intereses de los pueblos ruso y ucraniano … coinciden", dijo.

Ucrania, que ha sufrido una guerra instigada por Rusia que ya ha matado a 10.000 de sus ciudadanos, observó nerviosamente mientras Putin y Trump se estrechaban las manos.

Putin describió al presidente estadounidense como un hombre pragmático con el que se podía hacer negocios y dio la bienvenida a la participación estadounidense en las negociaciones sobre Ucrania. Siempre ha sostenido que la revolución de Ucrania del 2014 era obra de Estados Unidos y que, por lo tanto, su destino debería discutirse con Estados Unidos en lugar de con Francia o Alemania. El Kremlin ha alabado la presidencia de Trump como el final del intervencionismo liberal.

Sea lo que sea que Trump haya sugerido, sin embargo, otros altos funcionarios parecen continuar las políticas a largo plazo de Estados Unidos.

Trump ha enfrentado acusaciones de colusión con Rusia desde su campaña electoral el año pasado. Esas acusaciones fueron impulsadas esta semana por las revelaciones de las relaciones de su hijo con un abogado relacionado con el Kremlin. Estas sospechas hicieron políticamente imposible lograr un amplio acuerdo con Putin sobre la política exterior.

Además, sus expertos rusos son extremadamente conocedores y prudentes. El más influyente, el secretario de Estado Rex Tillerson, obtuvo una visión del sistema de capitalismo de Putin durante su trabajo como director para Rusia de Exxon Mobil. El asesor de Seguridad Nacional, H.R. McMaster, no es apaciguador, y Fiona Hill, su principal oficial sobre Rusia, entiende bien el sistema de Putin, aunque, extrañamente, ninguno fue incluido en la reunión de Trump con Putin.

Inmediatamente antes de esa reunión, el Departamento de Estado anunció que Kurt Volker, un ex embajador de la OTAN, será el nuevo representante de Estados Unidos en Ucrania. Volker exhortó a la OTAN a presionar contra la anexión rusa de Crimea y criticó el acuerdo de Minsk 2, que Ucrania se vio obligado a firmar en el 2015. Ha instado a Estados Unidos a suministrar armas letales a Ucrania, con el objetivo no solo de alcanzar un alto el fuego, sino de restaurar la soberanía de Ucrania sobre su territorio.

Tillerson afirmó el mismo objetivo en una visita a Kiev el día después del G20. La guerra en Ucrania, dijo, fue planeada y lanzada desde Moscú, y es responsabilidad de Rusia dar el primer paso hacia la reducción del nivel del conflicto. Hasta que lo haga, se mantendrán las sanciones contra Rusia. Dijo que Estados Unidos quería romper el estancamiento actual y no estaría limitado por el acuerdo de Minsk, ampliamente visto como muerto.

Estaba igualmente centrado en presionar a Ucrania para frenar la corrupción y crear un poder judicial independiente. Los reformistas ucranianos y los activistas cívicos estaban preocupados por la posibilidad de perder el apoyo de Estados Unidos bajo Trump, pero Tillerson dijo que luchar contra la corrupción era crucial para revivir la inversión extranjera, que ha estado ausente desde el 2014. Traer negocios estadounidenses a Ucrania también es visto como una forma de asegurar al país, mediante la creación de una garantía implícita estadounidense.

Por ahora, Putin no parece demasiado preocupado. A diferencia de los funcionarios estadounidenses, que creen que Ucrania puede ser un Estado viable, Putin está convencido de que, con un poco de ayuda rusa, fracasará y el país se hundirá en el caos. Solo Ucrania puede demostrar que Putin está equivocado.

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