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En Kliptown, un antiguo barrio de Soweto, Sudáfrica, un grupo de quizás treinta hombres están de pie, apiñados, gritando a los coches. Uno arrastra un gran obstáculo de plástico hasta el medio de la ruta, mientras que otros vierten combustible en neumáticos viejos para hacer barricadas ardientes. Es el tipo de protesta que interrumpe la vida en o alrededor de Johannesburgo con frecuencia. Lo que los hombres quieren es simple, explicó Bongani Godfrey Ndaba, un hombre de 37 años con una espesa mata de pelo: un mejor nivel de vida.

La mayoría vive a lo largo de una línea de tren, al costado de la ruta que están bloqueando, en un laberinto de casas viejas de ladrillos de la "caja de fósforos" y en chozas nuevas de chapas. Ndaba señaló la basura que cubre la entrada del barrio y el agua sucia que corre por las calles fangosas.

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"Los ricos se hacen más ricos, los pobres no obtienen nada", dijo. "Solo hay promesas vacías".

Mientras hablaba, el estallido de las granadas de gases lacrimógenos se escuchó en la carretera, indicando que la policía había llegado.

Al ser testigos de tal escena, a pocos minutos de donde comenzó el levantamiento de Soweto en 1976, sería fácil creer que Sudáfrica no ha cambiado mucho desde el final del apartheid. Entre 154 países estudiados por el Banco Mundial, el país tiene el más alto (es decir, el peor) coeficiente de Gini, una medida de la desigualdad.

Aunque probablemente no sea tan así: es difícil creer que Angola, un petro-Estado cleptocrático, sea realmente más igualitario. Sin embargo, no puede estar muy lejos. Tampoco –en 0,63– la cifra ha cambiado mucho a través de los años. La mayoría de los sudafricanos negros sigue siendo pobre y la mayoría de los ingresos fluye aún a una pequeña élite.

A pesar de las apariencias, sin embargo, las cosas no son las mismas que en 1994. La mayor diferencia es que ahora una parte bastante grande de la élite económica es negra.

En términos absolutos, los más pobres no se dieron tan mal, en realidad. A medida que la economía creció, desde 1994 a alrededor del 2009, el PIB por persona aumentó considerablemente, al igual que el empleo. Como resultado, los estándares de vida subieron. Desde el 2001 al 2015 la proporción de la población que vive en el LSM (Medición del estándar de vida) del 1 al 3, los tres niveles inferiores de una escala de 10 puntos de los niveles de vida, se redujo de casi 40% a 10%. Desde 1996, el número de personas que viven en casas reales se ha más que duplicado. Los números con acceso a sistemas de plomería y electricidad han crecido aún más.

También se han reducido las disparidades raciales en los niveles de vida. En el 2004, los blancos, que representan el 8% de la población, representaban el 86% de los que estaban en el punto más alto del nivel de vida. Para el año 2015, esa cifra había caído al 49%, con los negros representando el 30%.

Eso fue en parte porque más negros pudieron acceder a trabajar para el gobierno, que a menudo paga bien. También se abrieron los negocios y la educación. Una encuesta de empresas encontró que, mientras que en 1996 los negros constituían solo el 8% de los ejecutivos de empresa, para el 2015 representaban el 41%. Antes del fin del apartheid, las universidades sudafricanas generaban 44 graduados blancos de ingeniería por cada negro, pero para el 2014 había dos negros por cada blanco.

Aun así, la desigualdad general no ha disminuido. Imraan Valodia, de la Universidad de Witwatersrand, dijo que una de las razones es que el crecimiento económico ha beneficiado generalmente a los más educados.

"Aquellos con habilidades, las clases medias altas, lo hicieron muy bien", señaló.

A medida que las grandes compañías sudafricanas volvían a entrar en la economía global después del fin del apartheid y cuando las compañías globales se trasladaron a Sudáfrica, el espacio en la cima se hizo accesible a la clase media negra. Sin embargo, eso no creó mucha oportunidad para las personas menos educadas, ni en las zonas alejadas de las grandes ciudades, que se tuvieron que arreglar con el gasto redistributivo. Entre el 2001 y el 2015, el número de subsidios a los pobres aumentó de 4 millones a casi 17 millones. Alrededor de 10,6 millones de personas reciben tales donaciones, más que el número de los que tienen empleos formales.

Las fortunas de los ricos y los pobres pueden mejorar juntos sólo cuando la economía está creciendo rápidamente, apuntó Frans Cronje, del Instituto de Relaciones Raciales, un grupo de análisis. Lamentablemente, el crecimiento se ha estancado desde el inicio de la crisis económica, en el 2009, y parece poco probable que aumente pronto.

El presidente Jacob Zuma ha hablado sobre la necesidad de redistribución de la tierra. Malusi Gigaba, su nuevo ministro de finanzas, es un fuerte defensor de la "transformación económica radical" para hacer el país más igual, aunque esto represente una consternación para los inversores.

Sin embargo, muchos sudafricanos sospechan que la agenda real es dirigir más recursos no a los pobres, sino a la élite política. Esa política sólo tiene una conclusión que iguala a la mayoría: un país en el que todo el país es más pobre.

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