© 2017 Economist Newspaper Ltd, Londres 6 de mayo, 2017. Todos los derechos reservados. Reimpreso con permiso.

La elección de Donald Trump como el presidente número 45 de Estados Unidos consternó a la mayor parte de Nueva York: la ciudad natal de Trump había votado abrumadoramente por otra candidata local, Hillary Clinton. Sin embargo, Wall Street vitoreó el resultado.

Entre el día de la elección el 8 de noviembre y el 1 de marzo, el subíndice S&P 500 de precios accionarios de los bancos estadounidenses se elevó en 34%, y las finanzas fue el sector de más rápida alza en un mercado en rápido ascenso. En el momento de la elección, solo dos de los seis bancos más grandes, JP Morgan Chase y Wells Fargo, podían jactarse de tener capitalizaciones de mercado que excedían el valor contable neto de sus activos. Ahora todos, salvo Bank of America y Citigroup, están en esa feliz posición.

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Las acciones de los bancos ya estaban al alza, en gran medida porque los mercados esperaban que la Reserva Federal elevara las tasas de interés después de una larga pausa. Así lo hizo en diciembre y marzo, y se esperan tres aumentos más este año. Eso debería permitir a los bancos ampliar el margen entre sus tasas de endeudamiento y de crédito por encima de los niveles más bajos en 60 años.

El triunfo de Trump añadió un impulso extra al prometer elevar la tasa de crecimiento económico de Estados Unidos. Él quiere reducir los impuestos a las corporaciones, lo cual engrosaría las utilidades de los bancos directamente así como beneficiaría a sus clientes. También ha prometido relajar la regulación bancaria, el mayor motivo de queja de la industria, al declarar durante la campaña que "haría muchas cosas" con la Ley de Protección de los Consumidores y de Reforma de Wall Street Dodd-Frank, que revisó la regulación financiera después de la crisis.

¿Así que los bancos finalmente han dejado atrás la crisis? Muchos de ellos están en mucho mejor estado que hace una década, pero las ganancias no se han extendido de manera uniforme y hay mucho por hacer. Eso es particularmente cierto en Europa, donde la recuperación de los bancos ha sido distintivamente irregular. El índice Stoxx Europe 600 de precios de acciones bancarias sigue estando dos tercios por debajo de su nivel máximo alcanzado hace 10 años. Los rendimientos de los prestamistas europeos sobre el capital promedian solo 5,8%.

Los bancos de Estados Unidos son significativamente más fuertes. En la banca de inversión están superando a sus rivales europeos. Ya no tienen que soltar miles de millones de dólares en cuentas legales por los pecados del pasado, y finalmente están obteniendo un mejor rendimiento para sus accionistas. Mike Mayo, un analista bancario independiente, espera que su rendimiento sobre el capital tangible pronto exceda su costo de capital –el cual él, como la mayoría de los bancos, sitúa en 10%– por primera vez desde la crisis.

Sin embargo, las crisis financieras proyectan grandes sombras, e incluso los bancos estadounidenses no están todavía totalmente de nuevo bajo la luz del sol. Pese a la recuperación inicial impulsada por Trump, el índice de bancos del S&P 500 sigue alrededor de 30% por debajo del nivel máximo alcanzado en febrero del 2007. Los debates sobre la revisión de la regulación posterior a la crisis de EEUU apenas están empezando, y el mayor interrogante de todos no ha desaparecido: ¿Los bancos son –y los contribuyentes están– lo suficientemente seguros ahora?

Una gran cantidad de estadounidenses, incluidos muchos que votaron por Trump, siguen sospechando de los grandes bancos. La crisis dejó a un buen número de ellos –aunque a menos banqueros– visiblemente más pobres, y el resentimiento burbujea fácilmente de nuevo.

En setiembre pasado, Wells Fargo, que había pasado como si nada la crisis, admitió que durante los últimos cinco años había abierto más de dos millones de cuentas de depósito y de tarjetas de crédito fantasmas para clientes que no las habían pedido. La ganancia para Wells Fargo fue diminuta, y la multa de 185 millones de dólares fue relativamente modesta; pero el escándalo costó sus empleos al director ejecutivo John Stumpf y a algunos altos ejecutivos, así como la renuncia a 180 millones de dólares en salarios y acciones. Wells Fargo ha estado librando una batalla de relaciones públicas desde entonces, y perdiéndola en su mayor parte.

Los orígenes de la crisis financiera del 2007-2008 radican en los desequilibrios macroeconómicos mundiales así como en las fallas de gestión y supervisión del sistema financiero: un exceso de ahorros en China y otras economías con superávit estaba financiando el endeudamiento y el frenesí inmobiliario en Estados Unidos. Los bancos, economías y contribuyentes estadounidenses y europeos se llevaron la peor parte.

A los bancos en otras partes del mundo, en líneas generales, les fue mucho mejor. En Australia y Canadá, los rendimientos sobre el capital permanecieron en cifras de dos dígitos durante el período. Ayudó que Australia tenga solo cuatro bancos grandes y Canadá cinco, lo cual casi descarta las adquisiciones nacionales y mantiene altos los márgenes. Así como los precios de las materias primas se han debilitado recientemente, también lo ha hecho la rentabilidad en ambos países, pero, el año pasado, los prestamistas de Australia redituaron 13,7% sobre el capital y los de Canadá 14,1%, resultados que los bancos en otras partes solo pueden envidiar.

Los bancos más grandes de Japón, que habían sido aventureros imprudentes en los embriagadores años 80 y 90, no permanecieron totalmente ilesos. Mizuho fue el que más sufrió, cancelando unos 6.800 millones de dólares. Los japoneses pudieron escoger entre los escombros occidentales en busca de adquisiciones para complementar los magros rendimientos en casa, pero algunos eligieron más sensatamente que otros: la participación accionaria de MUFG en Morgan Stanley fue una ganga, mientras que la compra que hizo Nomura de la operación europea de Lehman Brothers resultó una carga. Los prestamistas chinos en su mayor parte fueron espectadores en ese entonces, y permanecieron enfocados en su mercado interno.

Si pregunta a los banqueros qué ha cambiado más en su industria en la última década, lo que destacará en su lista será la regulación. Un toque ligero ha sido reemplazado por la supervisión estrecha, que incluye "pruebas de estrés" de la capacidad de los bancos para soportar las crisis, las cuales algunos ven como el mayor cambio en el panorama bancario.

Antes de la crisis, dijo el director financiero de un banco internacional, su banco –y otros como él– llevaban a cabo pruebas de estrés internas, de las cuales recolectaban miles de datos. Cuando el principal supervisor de su banco empezó a realizar pruebas después de la crisis, el número de datos se disparó a cientos de miles. Ahora son millones y sigue aumentando.

El número de personas que trabajan directamente en "controles" en JP Morgan Chase, el banco más grande de Estados Unidos, aumentó de 24.000 en el 2011 –el año después de que se promulgó la ley Dodd-Frank, la mayor reforma de la regulación financiera desde los años 30– a 43.000 en el 2015. Eso representa un empleado de cada seis.

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