Alampur Gonpura, India | AFP, por Bhuvan BAGGA.

La rata trepa por el brazo de Phekan Manjhi, que intenta atraparla. Al final, consigue golpearle la cabeza fuertemente con un palo y matarla. Para los “comedores de ratas” de India, una de las comunidades más pobres del país, la comida pronto estará servida.

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La muerte del animal, llevada a cabo con habilidad, arranca gritos de excitación de un público reunido frente a la humilde choza de adobe y paja del sexagenario.

En pocos minutos, este despieza al roedor con sus uñas y lo asa en un fuego de hojas secas. “A todo el mundo de aquí le gusta y sabe cómo prepararla”, afirma.

Phekan Manjhi forma parte de la comunidad de los “musahars”, de cerca de 2,5 millones de personas, concentradas en el norte de India y, sobre todo, en el estado de Bihar, lindante con Nepal.

Es una de las comunidades más miserables de India, donde el sistema de castas sigue vigente pese a que las discriminaciones hayan sido prohibidas oficialmente.

Los “musahars” suelen sobrevivir como jornaleros.

“Son los más pobres entre los pobres, pocas veces oyen hablar de los programas del gobierno y pocas veces tienen acceso a ellos”, explica la trabajadora social Sudha Varghese, que lleva tres décadas trabajando con ellos.

En esta comunidad, “la próxima comida es una lucha cada día y enfermedades como la lepra son una realidad con la que hay que vivir”, agrega.

Una vez asada, Phekan despedaza la rata con sus manos y mete los trozos en un bol, antes de aliñarlos con aceite, mostaza y sal.

En unos segundos, una decena de hombres y de niños, medio desnudos, devora el plato.

- ‘Siervos’ -

“Los gobiernos cambian pero, para nosotros, no cambia nada. Todavía comemos, vivimos y dormimos como nuestros ancestros”, lamenta Phekan.

“Estamos en casa todo el día sin hacer nada. Algunos días, encontramos trabajo en el campo, otros nos quedamos con hambre o cazamos ratas y nos las comemos con los pocos granos que tenemos”, añade su vecino, Rakesh Manjhi, de 28 años.

La comunidad vivió un momento de orgullo cuando uno de los suyos, Jitan Ram Manjhi, se convirtió en 2014 en jefe del Ejecutivo de Bihar, uno de los estados más poblados de India.

Los “musahars” ven en sus nueve meses de mandato un éxito inaudito de su comunidad. “Solo la educación puede cambiar nuestras vidas y el futuro”, asegura Jitan Ram Manjhi a la AFP.

De niño, guardaba los rebaños de un rico terrateniente para el que trabajaban sus padres, en el campo. “Eran como siervos, recibían un kilo de grano por cada día de trabajo. Incluso hoy, las cosas apenas han cambiado”.

El ministro de Asuntos Sociales de Bihar, Ramesh Rishidev, sostiene que la situación de los “musahars” ha mejorado relativamente en las últimas décadas. Si siguen comiendo ratas, afirma, es más por “hábitos alimentarios” que por necesidad.

De hecho, las ratas no constituyen la base de su alimentación.

“Algunos miembros de la generación más anciana siguen comiendo ratas porque para ellos es como cualquier otro alimento. La mayor parte de las generaciones más jóvenes no come rata”, asegura Rishidev.

Los “musahars” están en el centro de numerosos programas gubernamentales que, muy a menudo, no se ponen en marcha. Lo más eficaz siguen siendo las iniciativas privadas.

J.K. Sinha, un expolicía, abrió un internado para chicos “musahars” hace diez años. El establecimiento tenía cuatro alumnos al principio y ahora ya acoge a 430.

Antes de abordar el programa escolar propiamente dicho, el instituto dedica un mes a inculcar a los recién llegados las normas básicas de higiene, como utilizar los baños o lavarse las manos.

J.K. Sinha descubrió las condiciones de vida de los “musahars” en una operación policial hace cuarenta años. “Estaban apiñados en una pequeña cabaña mugrienta con cerdos. Era chocante. Inhumano. No lo olvidaré nunca”.


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