Algunos hechos de la vida cotidiana que trascendieron mediante los medios han impactado profundamente la sensibilidad ciudadana. Y sobre todo han puesto de resalto la importancia de los valores de la conducta humana como elementos insustituibles para una saludable convivencia ciudadana.
No se trata de acontecimientos sorprendentes que se dieron en el marco rimbombante de los espectáculos preparados para asombrar a la gente, sino el callado comportamiento de algunas personas que actuaron con sencillez de acuerdo a sus simples convicciones de honestidad.
Son los casos de dos humildes trabajadores que encontraron dinero ajeno en lugares públicos y que, a pesar de las necesidades que les impone su condición de pobreza, no dudaron en devolver lo que hallaron, con lo que podrían haberse quedado, a sus verdaderos dueños.
El primer caso es el del funcionario municipal de Encarnación Diomede Villalba, barrendero de la Playa San José de la capital itapuense, que encontró una billetera con 1.500 dólares y 600.000 guaraníes en su interior y que la devolvió préstamente a su propietario. El gesto conmovió a las autoridades municipales, quienes decidieron darle un ascenso de categoría con el consiguiente aumento salarial, e impactó en otras personas, que le regalaron un lote de terreno y le ayudaron con dinero a pagar sus cuentas.
Diomede, el honesto, reconoció después que mediante su acto ejemplar recibió una recompensa mucho mayor, como un regalo inesperado por su actitud.
Está también el hecho protagonizado por una chipera de Coronel Bogado, a 49 kilómetros de Encarnación, doña Selva Bogado, que hace años vende chipa en el puesto de peaje, ubicado en el kilómetro 325 de la Ruta 1 Mcal. Francisco López. La humilde mujer, en medio de sus trajines, se topó con una billetera que tenía billetes en dólares y guaraníes. Dijo que cuando vio los dólares se asustó y empezó a temblar y que de inmediato llamó a un consejero a relatarle el hecho, quien le sugirió que devolviera el dinero. Doña Selva, la confiable, contactó y entregó la billetera a su propietario, un camionero de Luque, quien feliz por el hallazgo le regaló una suma en efectivo y aseguró que recomendaría a sus colegas que le compren sus chipas.
"De lo que me dio me fui a cancelar mi cuenta en el banco y ahora tengo la conciencia tranquila y puedo dormir tranquila porque sé que hice lo correcto", dijo a los medios la sorprendente chipera que se sintió compensada material y espiritualmente por su loable actuación.
Así, don Diomede, el honesto, y doña Selva, la confiable, dieron una extraordinaria lección de integridad moral que sencillamente ha impactado en la sociedad, tan bombardeada siempre por actos delictivos, noticias de corrupción, donde, lamentablemente, la deshonestidad y el pokarê forman ya parte de la vida cotidiana, sin asombrar a nadie.
No está demás decir que, en un mundo signado por un fuerte deterioro moral y material, hechos como los relatados son profundamente significativos por poco usuales y porque rescatan la cara más reconfortante del tiempo en que vivimos. Por eso la conducta de los dos trabajadores citados ha recibido el unánime aplauso y felicitaciones de decenas de personas que opinaron en todos los medios.
Acaso la lección que dieron el barrendero municipal y la chipera bogadense tendría que trascender más allá de la simple congratulación y, de una vez por todas, convencerse de que hay que poner de moda la moral. Y trabajar para ello.
Que, en lugar de que la sociedad navegue en medio de actos de corrupción y el culto al dinero fácil, se instale como estilo de vida la honradez, en que el ser probo sea el único requerimiento digno y debidamente valorado por todos. Un sistema en que la deshonestidad sea severamente cuestionada y los delincuentes sean debidamente castigados. Y en que se demuestre, como en el caso de estos dos humildes trabajadores, que la honestidad y la integridad moral también son rentables.