Europa acaba de revisar, a la luz de los vientos de la historia que corren en su geografía política y humana, y en sus alrededores, la política "realista" que había desplazado, en mala hora, a la economía social de mercado que caracterizó el planteo democrático principista de sus comienzos, que le sirvió para aglutinar a gran parte de los países del "continente", y que abandonó, acosada por la crisis económica de la famosa "burbuja" mundial, por los cambios que, casi sin darse cuenta en Bruselas se estaban produciendo en el mundo… en fin, el llamado realismo tan fácil de esgrimir para los políticos como disculpa para aplicar medidas extremas, que, notablemente, afectan a los más necesitados, como de digerir por los damnificados del realismo.

Las críticas más fuertes y los descontentos generalizados, aprovechados por los populismos eran, justamente, de precisión y de justicia, contra la acomodada "burguesía burocrática" instalada en Bruselas y el reflejo en las burguesías políticas parlamentarias reforzadas a su amparo y reparo.

La reunión de Gotemburgo ha replanteado la revisión, a buena hora, cuando los populismos, fáciles promeseros, cuando están en la llanura, y crueles carceleros cuando llegan al poder, estaban amenazando la estabilidad de una exitosa unión, una fraterna asociación para compartir el desarrollo y el beneficio de los pueblos que la integran. La pérdida de la justicia social hizo perder fuerza y sentido a la comunidad fraterna y revolucionaria.

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El tambaleo del Brexit, ese callejón sin salida en el que patalean en este momento sin saber hacia dónde ni contra quién los políticos británicos, tras el susto primero de la amenaza de "disolución", la crisis y el inmediato fracaso del fanatismo populista segregacionista en Cataluña, sirvieron también de ejemplo para volver a la fórmula del principismo; es real, la principal causa del descontento era contra los políticos, no contra la política original comunitaria; así que es saludable volver por los fueros, a que la racionalización de la economía no recaiga sobre los ciudadanos de a pie. Señales como la lanzada por Macron, de sacrificar el presupuesto para el sector político en vez del presupuesto social, han servido de referencia.

Es lo que recogen los medios al respecto: "El pilar europeo de derechos sociales acaba de aprobarse en Gotemburgo", anuncia el diario El País, y añade "el catálogo de los derechos sociales de los europeos ha sido solemnizado", en el mejor sentido que le da el diccionario: "Festejar o celebrar de manera solemne un suceso".

Es decir, se vuelve a la etapa de poner a los ciudadanos en primer lugar, pensando en una economía social a escala humana, y no a las cifras de las pantallas de las "wallstreets" y de las burbujas del planeta, que desplazaron la economía social de mercado relegada al tacho de la basura hasta que los votos empezaron a volverse amenazantes, y que vuelve ante la evidencia de que los conflictos principales radican principalmente en que se perdió ese norte, que era de principios que fueron abolidos por la economía de las cifras millonarios, de los intereses suculentos de la banca.

Se volvió inminente que había que volver a la realidad de exigir, no lo imposible, como rezaba el ingenuo verso estudiantil, sino lo que ya se había demostrado que era posible. Es la hora de barajar de nuevo los presupuestos de acuerdo al interés general de la comunidad, en este caso, de las naciones, en general.

¿Y por casa cómo andamos? Estamos en lo mismo, en la lucha por el poder del presupuesto entre las burocracias políticas y la política de interés nacional. La resistencia de grupos de legisladores que pretenden adueñarse a toda costa de la administración pública, a través del apoderamiento del Presupuesto Nacional, contra la Constitución, las leyes y, políticamente, el menos común de los sentidos, el sentido común, para convertirlo en repartija de prebendas y mantener los aparatos electorales que hacen que cierta "burocracia partidaria" se eternice en el poder.

Aprendamos de la experiencia y del ejemplo de la Unión Europea.

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