La palabra clave del crecimiento de un país es bienestar. De nada sirven a veces las cifras ni las complicadas ecuaciones a la hora de tratar de explicar en profundidad las consecuencias de las medidas o acciones positivas, dejando de lado lo más importante: el bienestar de quienes habitan el país del que se habla.

Por eso, el informe de la Secretaría Nacional de la Vivienda y el Hábitat (Senavitat), conocido el fin de semana próximo pasado, expresa con sencillez absoluta, el significado de esa palabra incluyente y positiva. El informe dice que en solo tres de las numerosas obras en ejecución y ejecutadas por esa institución del Estado, se han utilizado nada menos que cinco millones de ladrillos, realizados en su totalidad en las olerías de la zona de Tobatí.

Esos cinco millones de ladrillos se han usado para levantar 423 viviendas sociales que estarán habitadas en poco más por familias que viven desde hace décadas en una situación vulnerable. ¿Qué se entiende por situación vulnerable? Dicho en palabras sencillas y nada técnicas, podríamos resumir esa situación en la corta palabra: "carencias". Y esa carencia o ausencia de… es una larga lista de elementos básicos para la supervivencia de quienes padecen en ese incómodo e injusto lugar, excluidos de cualquier beneficio y sin herramientas para salir del pozo de la pobreza.

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Por eso, cada uno de esos millones de ladrillos destinados a viviendas que se construyen, en este caso, en lugares como el departamento Central y los de San Pedro y Canindeyú, tiene un peso y un valor muy superior a los que se pueden conseguir en el mercado. Esos ladrillos representan las armas de lucha más importantes contra el castigo de la pobreza. Son hechos por manos trabajadoras que vienen de sectores también vulnerables y que son reivindicados a través del trabajo digno, de un ingreso que ayuda a sostener a sus familias, a enviar a sus hijos a las escuelas y a acceder al mundo laboral, dejando de lado la desesperación por la falta de trabajo y la inseguridad de un empleo informal.

Esos mismos ladrillos, hechos por manos paraguayas, construyen hilera a hilera, un mejor futuro para sus compatriotas que esperan comenzar una vida más digna, bajo un techo seguro en el que sus hijos puedan soñar con el futuro sin miedo a la intemperie y la exclusión social.

Los ladrillos que llegan desde las olerías en las que se trabaja sin pausa, van destinados a las viviendas sociales que ya suman un total de 25 mil, casi al borde del objetivo de 30 mil que el Gobierno Nacional se impuso como meta a cumplir en su período. Estas 25 mil casas en las que habitarán familias paraguayas y son construidas por manos paraguayas, requirieron una inversión de 26.000 millones de guaraníes, una suma que jamás antes fuera destinada a programas de viviendas sociales en el país.

Pero, en cada barrio, en cada asentamiento y proyecto encarado por la Senavitat para solucionar el grave problema de la falta de viviendas sociales, también se construye calidad de vida para quienes serán sus habitantes. Y se logra con un conocimiento profundo de las necesidades de cada lugar y comunidad, a través de la presencia de centros de salud o unidades de atención de la salud de las familias, así como de centros educativos, escuelas y colegios, además de centros de desarrollo comunitario. También están a disposición de quienes habiten esos lugares, servicios básicos e indispensables como el agua potable y la energía eléctrica, además de espacios de recreación y otros, adaptados a las necesidades de cada lugar y residentes. Todo ello tiene el objetivo de dar respuesta clara y contundente a las carencias que por años han padecido grandes sectores de la población nacional.

Por eso es que decimos que manos paraguayas construyen, ladrillo a ladrillo, un presente más justo y positivo para las familias paraguayas más vulnerables y combaten la pobreza con la mirada puesta en el futuro hecho realidad desde un mejor presente.

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