Haciendo referencia a una medida de fuerza, con paro en la Educa­ción, en Argentina, un experto destacó que, pese a los acuerdos y desacuerdos del tema que se puedan corregir y sacar adelante, hay un hecho irreparable, la pérdida de las horas de clase, porque son irre­cuperables; y diagnosticaba con claridad que el tiempo perdido no tiene reparo, principalmente para los estudiantes que son los prin­cipales damnificados, a primera vista, porque han perdido prácticamente un año de clases, es decir un año escolar, que no se puede recu­perar con lecturas forzadas u horarios apreta­dos.

El proceso educativo se ha visto interrum­pido irremediablemente y el año lectivo, o gran parte, ha sido despilfarrado. Lo único reme­diable sería que se vuelva a repetir el año, pero, igualmente, se habría perdido un año de la vida y el aprendizaje de los estudiantes, de la inver­sión del Estado, de la inversión de los padres.

Lamentaba el docente la falta de conciencia sobre tal despilfarro en contra de los propios estudiantes, del proceso educativo, de la socie­dad, del país.

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Trasladando la preocupación a nuestro caso, estamos en las mismas, tras clases interrum­pidas en colegios, en la Universidad Católica, por voluntad de un porcentaje de los estudian­tes que, en la mayoría de los casos, ni siquiera es mayoritario.

Es realmente una muestra trágica, grotesca, de la poca importancia que le damos al tema. Es tiempo del sinceramiento de verdad, si no queremos seguir sin educación, "sincerisuicidándonos".

Es decir, por la voluntad, no importan cuan razonable o irracional, de unos cuantos, por el interés de unos pocos o, incluso, de uno solo, se ha despilfarrado una buena parte de un año educativo, de una inversión a nivel nacional y de particulares, que nadie podría considerar irrelevante.

Si tomamos en cuenta que el hecho no es ais­lado, sino, por el contrario, más que frecuente, entre huelgas de estudiantes, de docentes, de problemas meteorológicos, de facultades mau que vienen funcionando como si fueran serias y dejando a estudiantes con los títulos ganados a la intemperie de la irrelevancia; si considera­mos que hasta dirigentes políticos y parlamen­tarios contribuyen airadamente a interrum­pir, frustrar y despreciar el proceso educativo, nos daremos cuenta del grave daño irreparable que estamos causando al país, a su crecimiento en general y, en particular, a sus habitantes, a los que deben tomar la posta del futuro, per­diendo mes tras mes, año tras año de ese bagaje imprescindible de camino al futuro del país y, obviamente, de sus habitantes, principalmente de los menos protegidos para encarar el futuro con la educación mermada por esa escasa valo­rización que seguimos otorgando al proceso educativo.

Hay un hecho irreparable, la pérdida de cla­ses… si tomamos la máxima que califica que el tiempo es oro, el tiempo de la educación es doblemente valioso, doblemente oro.

Y si miramos el espejo retrovisor, y vemos los años de educación perdida en años y décadas de malversación de tiempo y de fondos educativos, tal vez tengamos la honestidad de espantarnos de lo que venimos despilfarrando.

Es inapelable la carencia de infraestructura y de inversión en un rubro tan valioso, desde un presupuesto avaro con el aprendizaje y gene­roso con los gastos superfluos y de ostentación.

Si miramos hacia atrás en presupuestos fatuos, veremos el gasto que se hizo en gobiernos ante­riores con fondos de Itaipú despilfarrados o mal administrados, sin control de aparato alguno del Estado.

Si miramos un poco más acá, tenemos los fon­dos generosos del Fonacide, dejados en manos de gobernaciones y municipios difícilmente controlables, que se han dilapidado en los últi­mos años, y esto por el error del sector privado, "Juntos por la Educación" y con un gran des­pliegue mediático, que decidió poner en manos de los "gobiernos regionales" esos fondos, con­vertidos hoy en colegios ruinosos y en mansio­nes de lujo de administradores locales.

Es realmente una muestra trágica, grotesca, de la poca importancia que le damos al tema.

Es tiempo del sinceramiento de verdad, si no queremos seguir sin educación, "sincerisuici­dándonos".

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