El comunicado del PLRA ratificando su apoyo a la imposible condonación de deudas por unos 34 millones de dólares desde el bolsillo de los contribuyentes, deja a la luz una componenda política que busca, por sobre todo, conmover las arcas públicas y golpear a la gobernabilidad.
Esta agenda está mucho más centrada en los intereses políticos de ambos dirigentes que en la propia suerte de los trabajadores del campo. Lugo, busca afanosamente seguir construyendo desde una plataforma populista su caudal electoral, sin importarle la verdadera dimensión del drama que una eventual ley de condonación provocara en las finanzas públicas.
Por su parte, Efraín Alegre es otro “pescador” en este río revuelto en tanto su propósito es seguir propiciando un clima de violencia en las calles que ya le generó como triste rédito la quema del Congreso y el show de “los exiliados” en los últimos meses.
Es lamentable y repudiable lo que hacen Lugo y Alegre. Ambos no respetan los dictados del sentido común y mucho menos atribuyen importancia a las Políticas de Estado a la hora de lucrar con los beneficios de una jugarreta de baja calaña como lo es la condonación.
El Gobierno estuvo destinando más de 80 millones de dólares, solo entre el 2016 y el 2017 para los pequeños productores mediante un programa serio de rehabilitación en el que cada moneda a ser destinada a los trabajadores del agro se encuentra fiscalizada y los propios campesinos pasan por un programa de educación financiera que les ayudará a no caer en nuevos errores en la implementación de sus planes que terminen acosándoles en forma de deudas con la banca pública y privada.
Sin embargo, tanto Lugo como Efraín, juegan otro partido.

A Efraín le interesa –por todos los medios– corroer el proceso político porque sabe que sus posibilidades en condiciones normales son escasísimas y está –incluso– con el riesgo de ser desbancado por Mario Ferreiro de la chapa de la oposición por la propia preferencia de sus correligionarios.

A Fernando Lugo le interesa mucho más distribuir el poder de administrar recursos entre sus punteros políticos como Elvio Benítez, con quien tiene una relación de “sociedad” en estas luchas que lleva ya casi dos décadas. Su interés no se centra en los productores sino en los mandos medios que luego – a su vez – armarán sus carpas políticas aprovechándose de la necesidad de los productores.
Sobre este punto, los congresistas deben tener muy en cuenta qué modelo de administración prefieren en los programas de rehabilitación campesina. El modelo hiper-fiscalizado que promueve actualmente el gobierno mediante el cual cada recurso llega a su destino final, o el modelo de ayuda a campesinos “sin nombres” cuyo gran paquete queda en el bolsillo de unos pocos avivados y sus patrones políticos y los pobres agricultores quedan aún más pobres porque acumulan deudas generadas irracionalmente.
A Efraín le interesa – por todos los medios – corroer el proceso político porque sabe que sus posibilidades en condiciones normales son escasísimas y está – incluso – con el riesgo de ser desbancado por Mario Ferreiro de la chapa de la oposición por la propia preferencia de sus correligionarios.
Él y sus “soldados de Alón” están dispuestos a cualquier cosa para impedir que el proceso fluya con normalidad porque de ser así, sabe que llegarán los líderes con mayor representatividad y apoyo popular, entre los cuales no figura su nombre, según todas las mediciones.
Los congresistas deben, en esta ocasión, asumir con mucha seriedad su rol. Escuchar a la ciudadanía, a los gremios empresariales y a cualquier persona con el mínimo de sentido común que les indican al unísono que esta iniciativa es un mamarracho imposible de sostener, que solo beneficiará a un 7 por ciento de los productores y nadie sabe si son verdaderos agricultores en tanto siquiera han acercado un listado de sus beneficiarios.
Una vez más los ciudadanos deben estar atentos porque están a punto de ser violentados en sus propios bolsillos por un compromiso de 34 millones de dólares cuyo destino, hasta hoy, nadie ha podido certificar con el mínimo de seriedad.

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