La lucha por la tierra en el Paraguay ha sido y sigue siendo uno de los capítulos más dolorosos y conflictivos de nuestra historia. Constituye uno de los principales causantes de confrontaciones a lo largo de los últimos 140 años de la vida nacional, que ha ocasionado la muerte de centenares de paraguayos en esa cruenta e ilógica guerra. Ilógica, porque siendo nuestro país tan grande para tan pocos habitantes no tiene explicación racional. A menos que consideremos la exagerada ambición de los especuladores, el desarreglo institucional del país y la falta de interés verdadero del poder político que tiene que organizar y desarrollar la repartija racional de ese recurso.

En nuestro país la principal riqueza es y ha sido siempre la tierra, capaz de producir alimentos para el consumo y la generación de dinero mediante su comercialización, gracias al esfuerzo creador del trabajo. No tenemos minerales ni hidrocarburos explotables a bajo costo, por lo que nuestra principal mina de oro ha sido siempre la generosa tierra que tenemos, que es la envidia de muchos pueblos del mundo.

Desde principios del siglo XX, diversas administraciones estatales han procurado dictar normas, establecer estrategias para repartir y explotar adecuadamente ese invalorable recurso que tenemos. Pero, lastimosamente, sea por la incapacidad de los administradores de turno o por la falta de voluntad de los gobernantes, la reforma agraria fue solo una bella expresión de deseo o un pretexto para los discursos políticos.

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Primero fue el IRA (Instituto de Reforma Agraria), luego el IBR (Instituto de Bienestar Rural) y ahora el Indert los organismos estatales que intentaron repartir la tierra para distribuirla adecuadamente teniendo en cuenta su función económica y social. Pero los resultados lamentables que están a la vista demuestran que fue apenas un gran fracaso. Miles de hectáreas de tierras del Estado que quedaron en poder de los especuladores y millares de campesinos abandonados, sin un pedazo de tierra para vivir. Para colmo, a la defectuosa repartición de la tierra y la inseguridad de su posesión, se añadió la nefasta utilización politiquera del problema rural.

Por todo ello y por lo que significa para el presente y el futuro, la nueva política del Indert encarada por la administración actual es digna de observar y valorar.

Como ejemplo del extraordinario cambio de paradigma en el ente rural sobre un lamentable pasado, vale la pena señalar los logros que está obteniendo a partir del vigente gobierno: se recuperaron 70.000 hectáreas de tierras del Estado que estaban en poder de no beneficiarios de la reforma agraria, envió la mayor cantidad de denuncias a la Fiscalía por hechos de corrupción en el organismo, además de obtener la más importante recaudación histórica y una ejecución presupuestaria sin parangón.

Ha actuado con decisión y valentía para desarmar numerosos conflictos campesinos creados por la desesperación de los sintierras y atizados por el interés de ciertos políticos. Tal el caso de la emblemática colonia Santa Lucía, en el distrito de Itakyry, donde campesinos desposeídos que vivían bajo precarias carpas en un miserable asentamiento en tierra ajena en Ñacunday, viven ahora la nueva realidad del lote propio, con viviendas dignas, todos los servicios que se requieren, escuela y centro médico, como se merecen.

Y lo más importante: se siguen creando nuevas colonias y entregando certificados de adjudicación y títulos de propiedad a los beneficiarios de la reforma agraria como nunca antes. Todo esto mediante el trabajo de georreferenciamiento de los lotes en todo el territorio nacional, el censo de ocupantes, la documentación catastral adecuada en tiempo breve y la regularización jurídica que implica la tenencia del título de propiedad.

Por eso no es extraño que el martes último, en la fachada litoral del Palacio de López, el presidente de la República haya entregado un millar de títulos de propiedad y el certificado de adjudicación número 11.500 a otras tantas familias del país que esperaron ansiosas ese momento crucial en sus vidas. Algo insólito en la memoria del Paraguay.

No conviene caer en la ingenuidad de cantar victoria ante esta batalla ganada, porque es larga aún la guerra e interminable el cúmulo de problemas que restan por resolver. Hay decenas de conflictos en distintos puntos del país, son numerosos los intereses que se mueven en torno a ellos y restan aún millares de campesinos que aguardan por su parcela propia.

Lo reconfortante es que finalmente se ha encontrado la fórmula apropiada para hacer realidad la reforma agraria, con los instrumentos tecnológicos adecuados, la administración eficiente y, sobre todo, la voluntad política para concretarla.

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