• POR AUGUSTO DOS SANTOS
  • Analista

Ayer fue un día estupendo para centenares de familias que se asentaron en el barrio San Francisco. Era un motivo para festejar, para reconocer tam­bién, aun desde la oposición que en este país de 50 años de promesas incumplidas para los ribereños, por fin, una gestión decidió cambiarles la suerte.

Cualquiera con un poco de memoria recuerda aquellos debates que duraron décadas sobre cómo solucionar el pro­blema a las familias asentadas en las costas, pero en medio siglo nadie aportó más que car­pas para situaciones de emer­gencia y nunca una vivienda desde el sector oficial.

La presente gestión no solo plantea 2 mil viviendas con el barrio San Francisco, sino 5 mil viviendas más con el pro­ceso que se inicia en la Costa­nera Sur. Convengamos que es grande la diferencia entre nada y 7 mil casas a construir para los ribereños.

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Pero es cierto también que el canibalismo nos puede y desde varios referentes de la oposición surgió la agenda que finalmente ocupó todo el aire (con absoluta intencionalidad) referida a la presencia de San­tiago Peña en el acto.

Organicemos la cosa: este es un amplio escenario político en el que se puede apreciar tres especímenes de políticos: los que nunca hicieron nada ni en lo público ni en lo privado y se postulan para autoridad, los que siempre robaron al Estado y se postulan para autoridad y los que tienen obras para mostrar y se postulan para autoridad.

Todos, al mismo tiempo, están de proselitismo en este momento. Los que tienen testimonios y los que no. Es lógico que quien se quedó con el vuelto de la tarea pública no irá a contar lo que hizo porque es vergonzante.

De eso se trata cuando se habla de modelos que confrontan. El detalle de Santi Peña en el acto puede cuestionarse o no, pero en el fondo eso no le importa a nadie, tampoco a sus cues­tionadores. La mala leche que inquieta a una forma de ver la política no es contra Santi en el barrio San Francisco, sino contra el mismo en el Palacio de López.

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