• Por Marcelo A. Pedroza
  • COACH
  • mpedroza20@hotmail.com

El conocimiento se nutre de las experiencias. Todo instante vive expuesto a la creación de sensaciones que generan aprendizajes. La vida es una escuela maravillosa. Sus maestrías se renuevan tantas veces como cada cual se disponga a bien recibirlas y a darles un significado aleccionador. Somos nuestras lecciones. Nos representan las costumbres cotidianas, los hábitos adquiridos, las pruebas inesperadas y las buscadas, las destrezas conquistadas, las incertidumbres que nos interpelan y las certezas que requieren dedicación.

Las experiencias tienen múltiples historias. Los acontecimientos pasados llevan sus fundamentos y tienen el reconocimiento que merecen para aquellos que así deciden conservarlos. Son los rastros de los pasos realizados, de lo que alguna vez fue un objetivo por alcanzar y que encuadró los dones para que sucediera de alguna forma. Quedan recuerdos que la memoria se encarga de sostener y almacena como datos que ayudan a considerar la noción de integridad. Las anécdotas están en donde son llamadas, su asistencia es perfecta cuando se las requiere. Forman sus contenidos conforme a los auditorios que visitan y se hacen importantes porque cautivan a las voluntades que quieren aprender. La transmisión de lo experimentado tiene un semblante amplio y diverso. Es que toda vez que se comparte alguna lección vivida su significación queda expuesta al arbitrio de quien la acepta.

Las experiencias vitalizan el presente. Son protagonistas esenciales del ahora, de lo que está ocurriendo de alguna manera. Es impetuoso el rol que ejercen en las infinidades de movimientos que cada ser realiza. Las circunstancias del ahora traen sus respectivas conclusiones y se constituyen en las vigentes ocupaciones del ser. Es inmensurable la riqueza de la existencia. La presencia de los fenómenos vivenciales late como el corazón y se conecta con los procesos sensoriales que le dan un marco perceptivo auténtico.

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Las experiencias portan los valores cultivados. En un gesto pueden existir muchas lágrimas sucedidas o pueden habitar incondicionales principios del actuar. Al convivir surgen las muestras de las creencias que proporcionan solvencia a los hechos que acontecen. La espontaneidad caracteriza a la lucidez que fluye en las acciones que se manifiestan. Es el tiempo del ser genuino, de las convicciones sólidas y de los descubrimientos que enseñan.

Lo que viene estará familiarizado con el caudal de lo vivido, siempre que así se lo quiera. Si la intención considera que las conexiones deben prolongarse, se extenderán con su contundencia y lo que pasó volverá a marcar su estadía con las características de la circunstancia del momento. Las razones de los sucesos sentidos tienen causas propias que pueden ser matrices que retroalimentan situaciones. Por ello es factible que se den una y otra vez, y se hagan notar en las conductas que caracterizan nuestras vidas. Como también es posible que el devenir quiera ser vivido de otra forma, lo que implicará asumir nuevas vicisitudes y disponerse a renovar la vocación de experimentar los desafíos que se den.

En el espacio de las experiencias el crecimiento convive entre nosotros, yace en las acciones que nos involucran y nos impulsan a socializar lo que hemos aprendido y lo que vivimos a través de los roces constructivos que nos hacen seres virtuosos.

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