• Por Esteban Aguirre
  • @panzolomeo

Luego de una semana de reconexión, no sé si emocional o de hacer que ciertas tareas pendientes encuentren el sudor necesario para ver la luz, me encontré en uno de esos eventos sociales que me suelen dilatar las pupilas de la existencia. En este caso el doble bautismo de los hijos de dos grandes amigos de infancia pasada y futura vejez. Uno de esos eventos en donde te encontrás con madres y padres de tu misma edad a plena luz del día, la versión Bruno Díaz de los Batman(es) & Robin(es) que emergen en los eventos nocturnos, desde un amable cruce de saludos en un bar, el aleatorio encuentro en un concierto y la extrañamente cómoda situación de verlos saltando con la corbata en la sien en algún evento que requiera de vestidos largos, trajes con aroma de naftalina y arroces voladores.

Esa gente, con la que alguna vez fuiste adolescente y hoy tiene microversiones de ellos mismos que le dicen "Mami, teté" o "Papá, asadito". Mis contempos con quienes, en general, amablemente discrepo en cuestiones de aquel guión al que llaman social.

Siendo víspera del Día del Padre, mis antenitas de vinil estaban particularmente atentas. Observando, curioseando, tratando de encontrar sentido a aquello que no necesariamente quiere tener una u otra definición, la vida. Si bien solo tomarte la tarea de cuidar de "la criatura" en eventos en donde el alcohol corre y las tías & abuelas usan ese colorete que no sale ni con thinner ya es tarea suficiente para cualquier ser pensante.

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El ensamblaje de distintos grupos y estratos era un cuadro en movimiento que tenía al menos el 50% de mi atención, la otra mitad estaba ocupada en mirar mientras mi hijo y sus secuaces convertían aquel infantil festejo cristiano en una decadente fiesta romana, tomando de rehén al lago sin necesidad de vestimenta ni pudor, solo el grito de "¡Pato al agua!" como lema del caos.

Qué buena es la vida cuando entendés que a vos te importa tan poco como al resto, gracias por la lección pequeños nudistas.

El otro 50% se enfocó en un recuerdo de los noventas. Caminando hacia el baño me crucé con uno de esos personajes de la adolescencia. Esas personas que en los noventas hubiera sido definido como "moquetero". Una situación que normalmente, en época adolescente me tendría tenso, alerta de la inminente posibilidad de que en cualquier momento termine en aleatoria trifulca el evento social en el que me encontraba, sea "quinceaño", cumple ajeno o un inocente pancho de la Esso Shop como fin de la noche. En este caso en particular la inexistente tensión estaba correteando detrás de un niño de 5 años que había hurtado los muñecos de la torta y salvaguardando la integridad física de una nena que corría en la cercanía de una fría pileta. En síntesis, el noventoso moquete había encontrado para su contrincante: "la criatura".

Mientras volvía del baño no podía dejar de pensar en el hecho de que la última vez que vi a aquel atento y –ya– nada agresivo padre se estaba revolcando sobre un empedrado en una especie de cucharita greco-romana, en donde una remera de Porky's y otra de Guess encontraban su debate en una pobre exhibición de testosterona adolescente y problemas paternales aún sin resolver.

Entender que esas personas existieron en mi adolescencia es lo que me llevo, lo rescato casi como un nostálgico #TBT para entender que cierta irritabilidad grunge viene bien cada tanto, bien manejada, propicia para interrumpir con un fuerte aplauso la apatía juvenil de aquellos que aún buscan ponerse rótulos para pertenecer. Sea hipster, millennial, "creo que reluego fui yuppie" y todos los otros ordenados requerimientos con la cual mucha gente (no todos) deciden cargar con la complicada de pertenecer. De no sentir genuina soledad. De no creer que vinimos solos al mundo y la misma nave nos espera para llevarnos, solos de nuevo.

Siento que esta "ira noventosa" de la que hablo no se trata de la frustración de empezar a ponerse viejos (o sabios), sino de entender la leve sospecha que tal vez somos la última generación de personas que sintieron enojo e hicieron algo al respecto, de saber que la rabia convertida en acción genera cambios. De entender que esta revolución de dedos gordos y pantallas que emulan espejos negros solo será observado a través de tu red social favorita. Lejos de donde el revoleo de una remera negra aún simbolice el caos organizado que buscó, busca y buscará libertad.

¡Salú!

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