• Por Milia Gayoso-Manzur
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La penosa situación ocurrida con los libros paraguayos que no llegaron a tiempo para ser exhibidos y vendidos en la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, volvió a separar amigos en las rondas de café y en las redes sociales.

Despachados aparentemente con tiempo suficiente para que estén en República Dominica antes del inicio de la muestra, el contenedor quedó varado en Panamá, y hasta hoy aún no llegaban a destino.

Que se despacharon tarde, que de Pananá enviaron un contenedor equivocado lleno de peluches, que se envió tarde, que Hacienda no liberó el dinero para pagar, etc… Un medio nacional replicó parte de la publicación de un medio dominicano donde decía que Paraguay, país invitado, abrió su stand sin libros.

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Sin embargo, intelectuales que estuvieron allá confirman que el espacio nacional jamás estuvo vacío: se llenaron con libros de autores paraguayos prestados por la Biblioteca Nacional de Santo Domingo y con obras que los mismos escritores que viajaron llevaron en sus maletas. Es decir: los estantes estaban ocupados, pero no se podían vender los libros. El ministro de Cultura Fernando Griffith asumió la responsabilidad y pidió disculpas.

Si los libros llegarán alguna vez y si las editoriales podrán recuperarlos o venderlos, es otra historia. Pero esta desafortunada situación dio pie a otra derivación fatal, como dirían los cronistas de televisión.

En las redes y charlas de café o cerveza, el tema se desvió a la queja de quienes se consideran escritores jóvenes (no sé si por la edad o porque empezaron a escribir hace poco tiempo).

Y se generaron comentarios muy desagradables, como viene ocurriendo desde hace un tiempo, tratando a destacados escritores de momias o dinosaurios. Se olvidan esos "jóvenes", muchos de ellos orillando los 40 años, que dentro de un par de décadas ya pintarán canas y habrán tomado tal oficio que se sentirán como linces sobre sus textos, y no les gustará ser tratados cono hierro viejo.

Muchos cuestionaron que la delegación que viajó a esta feria ya es obsoleta, que debería dar lugar a los nuevos. ¿Dónde se ha visto que se deba desechar a los mayores por su edad? En las culturas más antiguas, los ancianos son los sabios, la memoria de sus pueblos, el pendrive (para usar un término actual) que atesora lo mejor, el "ypy'u" del caracú.

¿Pretenden acaso los jóvenes escritores que se arrincone a los maestros? ¿Cuál es su recomendación? ¿Meterlos en un asilo, prohibirles seguir creando, impedirles que viajen, que tengan ganas de escribir, de vivir, de seguir dejando la herencia de su imaginación y su conocimiento? ¿A qué edad ganó el Premio Nobel Saramago? A los 76. Elena Poniatowska tenía 81 años cuando le dieron el Premio Cervantes. Ustedes creen que si Jorge Luis Borges vivía, ¿los argentinos lo iban a confinar a la Antártida? Lo iban a tener entre algodones, para que viva más.

Pero aquí, en el reino de los contreras, algunos se enojan porque tenemos artistas de 80 años que todavía siguen trabajando, y gritan a los cuatro vientos que deben darle oportunidad a los que se inician. Ya lo dijo Roberto Bolaño "El pasaporte de un escritor es la calidad de su escritura". No importa la edad para sobresalir: un autor genial puede darse a conocer a los veinte y un autor mediocre puede pasar desapercibido aunque publique cuarenta libros.

No se puede pretender ganar reconocimiento abriéndose paso a empujones ni derribando contrarios, como las señoritas que quieren alcanzar un ramo de novia. Hay que trabajar y trabajar, ir despacio y esperar el momento en que ese esfuerzo se visualice por su aporte o por su genialidad.

Me apena que se quiera instalar una guerra generacional que en realidad no existe. Ninguna "momia" impide que las nuevas generaciones de escritores se hagan un lugar en el museo. Al contrario, hay decenas de grandes autores apadrinando a lánguidos faraones e irresistibles Cleopatras, para que su obra se pula y alcance el mejor nivel.

Imagínense, en la delegación que viajó a Dominicana había gente de la talla de Ramiro Domínguez y Maribel Barreto, dos maestros cuyas edades cercanas a los 80 no les impide escribir, enseñar y servir de ejemplo para las generaciones venideras de escritores. Hay que ser desubicado para faltarles el respeto de esta manera.

En el grupo también viajaron dos autores catalogados entre los jóvenes: Sebastián Ocampos y Javier Viveros. ¿No les parece que estuvo equilibrada la balanza? ¿O debían ser más jóvenes aún?

Existe algo real: es imposible darle el gusto a todo el mundo, porque si va este, no va aquel, y viceversa. Esto en lo que respecta a las delegaciones que viajan a las ferias libreras.

Pero la discusión se extiende a las publicaciones y a los reconocimientos. En cuanto a lo primero, me consta que en el país existen editoriales que tienen las puertas abiertas a los escritores principiantes. Los que se inician y quieren publicar por primera o segunda vez, no deben esperar que los editores vayan a darle un toc toc a su puerta; deben ir con su obra bajo el brazo para mostrarla y conseguir la publicación.

En cuanto a los reconocimientos, es absolutamente normal que un escritor sea reconocido a determinada edad, ya cuando su obra se ha asentado, se ha sedimentado y enriquecido con el tiempo y la experiencia. Existen muy pocos Rulfos en el mundo! Es bien difícil sobresalir con la primera obra, a no ser que trate de vampiros o erotismo y salga precedida de una enorme publicidad.

Tratemos de convivir, de alegrarnos con el logro de los otros, de aprender, enriquecernos, vivir y dejar vivir. Todo llega cuando tiene que llegar.

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